16/05/2018, 00:47
Kaido, sin dejarse ver por los trabajadores, buscó una rendija por la que colarse. Una abertura. El más mínimo hueco por el que licuarse. Y lo encontró, vaya que si lo encontró. No por nada, aquellos almacenes estaban hechos de madera, y entre tablón y tablón…
… había una oportunidad para alguien con un don como el suyo.
Cuando entró en el interior —lo hizo justo debajo de una gran estantería—, un olor dulzón y empalagoso le empapó el olfato. Eran un aroma tan profundo y concentrado que hasta le mareó. Cuando pudo enfocar su vista, se dio cuenta de que aquel sitio estaba lleno de estanterías, repletas de cajas y más cajas.
En el centro, no obstante…
—Te dije que la trajeses de noche o no te lo dije.
… había compañía. Dos personas, para ser concretas. Una Kaido la conocía muy bien: se trataba del chico con el que había tenido una disputa en Baratie. El chico que se había llevado a Koe en la carretilla. Se encontraba en el suelo, con la cabeza pisoteada por la segunda persona. Un hombre, que pasaba la treintena, alto y delgado, de melena roja como el fuego y barba rala del mismo color. Llevaba ropas caras y buenas, de esas que valían un riñón para cualquier ninja honrado, y tenía un tatuaje de un dragón rojo en el cuello. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era su ojo. O, más bien, la falta de este. Y es que su ojo derecho estaba cubierto por un parche negro.
—Katame-sama —farfulló el chiquillo, entre gimoteos—, por favor, ella que me dijo que… ¡Ay! —El hombre llamado Katame acababa de hacer fuerza con el pie.
—¿Qué te dije? No grites —le ordenó, y le apachurró todavía más el pie contra la cabeza—. ¿Así que la zorra de tu novia decidió por su cuenta venir a plena luz del día, eh? Pero yo te dije que este no era sitio para venir de día, ¿o no te lo dije?
El hombre apartó el pie, pero solo para clavarle la suela en el cuello. Y empezó a apretar. Y más… Y más…
Y, como nadie hiciese nada para remediarlo, probablemente mucho más de lo que aquel chico pudiese soportar.
… había una oportunidad para alguien con un don como el suyo.
Cuando entró en el interior —lo hizo justo debajo de una gran estantería—, un olor dulzón y empalagoso le empapó el olfato. Eran un aroma tan profundo y concentrado que hasta le mareó. Cuando pudo enfocar su vista, se dio cuenta de que aquel sitio estaba lleno de estanterías, repletas de cajas y más cajas.
En el centro, no obstante…
—Te dije que la trajeses de noche o no te lo dije.
… había compañía. Dos personas, para ser concretas. Una Kaido la conocía muy bien: se trataba del chico con el que había tenido una disputa en Baratie. El chico que se había llevado a Koe en la carretilla. Se encontraba en el suelo, con la cabeza pisoteada por la segunda persona. Un hombre, que pasaba la treintena, alto y delgado, de melena roja como el fuego y barba rala del mismo color. Llevaba ropas caras y buenas, de esas que valían un riñón para cualquier ninja honrado, y tenía un tatuaje de un dragón rojo en el cuello. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era su ojo. O, más bien, la falta de este. Y es que su ojo derecho estaba cubierto por un parche negro.
—Katame-sama —farfulló el chiquillo, entre gimoteos—, por favor, ella que me dijo que… ¡Ay! —El hombre llamado Katame acababa de hacer fuerza con el pie.
—¿Qué te dije? No grites —le ordenó, y le apachurró todavía más el pie contra la cabeza—. ¿Así que la zorra de tu novia decidió por su cuenta venir a plena luz del día, eh? Pero yo te dije que este no era sitio para venir de día, ¿o no te lo dije?
El hombre apartó el pie, pero solo para clavarle la suela en el cuello. Y empezó a apretar. Y más… Y más…
Y, como nadie hiciese nada para remediarlo, probablemente mucho más de lo que aquel chico pudiese soportar.