16/05/2018, 02:55
Aquella media tarde llovía a cántaros, endemoniadamente fuerte. Y aunque por muy dispuesto que estuviera Ame no Kami a descargar su ira por sobre aquella metrópolis de hormigón y metal, Amegakure no parecía ni cercana a inmutarse. Mucho menos aquel imponente edificio, el más alto de todos los rascacielos, cuyo último piso custodiaba a una de las figuras más importantes de todo el continente. Amekoro Yui, rodeada de demonios de piedra maciza que simbólicamente resguardaban el santuario de la Arashikage, y que harían a la par de jueces en la audiencia a la que estaba a punto de someterse él, como Hōzuki, como shinobi y como persona.
Comenzó a andar entre la tormenta con paso indeciso, luchando por convencerse reiteradamente de que no existía una decisión correcta cuando se trataba de su via crucis personal. De que su supervivencia, y así también la de los suyos pasaba por abrazar aquella encrucijada y colocar sus vicisitudes sobre la mesa de un jurado. De una mano ejecutora. Lo que a su vez planteaba la posibilidad de que él también se pudiera ver señalado en el paredón de los acusados, o de correr el mismo destino de aquellos a quienes estaba dispuesto a eliminar, por su propio bien, y también el de uno mayor.
Sin dar marcha atrás, se adentró al corazón del edificio y tomó finalmente su decisión.
La de proteger a su aldea, por más que aquello se tradujera en encontrarse súbitamente entre el deber y la traición.
Dos lados de una moneda que en ocasiones iban de la mano, como contaba los retazos de historia, que lo hicieron también alguna vez los más grandes enemigos.
—Vengo a ver a Amekoro Yui, es por un tema importante —recalcó, a quien estuviera allí para recibirle.
Comenzó a andar entre la tormenta con paso indeciso, luchando por convencerse reiteradamente de que no existía una decisión correcta cuando se trataba de su via crucis personal. De que su supervivencia, y así también la de los suyos pasaba por abrazar aquella encrucijada y colocar sus vicisitudes sobre la mesa de un jurado. De una mano ejecutora. Lo que a su vez planteaba la posibilidad de que él también se pudiera ver señalado en el paredón de los acusados, o de correr el mismo destino de aquellos a quienes estaba dispuesto a eliminar, por su propio bien, y también el de uno mayor.
Sin dar marcha atrás, se adentró al corazón del edificio y tomó finalmente su decisión.
La de proteger a su aldea, por más que aquello se tradujera en encontrarse súbitamente entre el deber y la traición.
Dos lados de una moneda que en ocasiones iban de la mano, como contaba los retazos de historia, que lo hicieron también alguna vez los más grandes enemigos.
—Vengo a ver a Amekoro Yui, es por un tema importante —recalcó, a quien estuviera allí para recibirle.