16/05/2018, 16:07
Decidida, y dejando de lado a los mirlos, la kunoichi se puso manos a la obra. Llenado el caldero de agua, y humedecido el trapo, se dispuso a ir a por la tarea más complicada: eliminar el grafiti que algún listillo había hecho.
Su mano limpiaba el estropicio con movimientos en semicírculo, de izquierda a derecha o viceversa. Era como ese surrealista entrenamiento que a veces hacían los protagonistas de una película de acción, en la que después, por arte de magia, parecían ser todos unos expertos en taijutsu.
No parecía ser el caso de Karma, que lo único que conseguía era cansar el brazo y tener que cambiar el paño de una mano a otra. Pronto se dio cuenta, incluso, que no conseguiría eliminar la pintada: aquel grafiti no se iría con simple agua. Por mucho que le pasase el trapo empapado, el spray no desaparecía de la piedra.
Su mano limpiaba el estropicio con movimientos en semicírculo, de izquierda a derecha o viceversa. Era como ese surrealista entrenamiento que a veces hacían los protagonistas de una película de acción, en la que después, por arte de magia, parecían ser todos unos expertos en taijutsu.
No parecía ser el caso de Karma, que lo único que conseguía era cansar el brazo y tener que cambiar el paño de una mano a otra. Pronto se dio cuenta, incluso, que no conseguiría eliminar la pintada: aquel grafiti no se iría con simple agua. Por mucho que le pasase el trapo empapado, el spray no desaparecía de la piedra.