17/05/2018, 22:18
Karma dejó a los polluelos junto a su madre, en el nido, justo en la misma posición donde, tiempo atrás, alguien había enterrado una pitillera de cuero en recuerdo de un amigo. Regresó así por las plataformas circulares hasta atravesar el lago y llegar al bosque. El sol del mediodía pegaba con fuerza desde lo alto, y la suave brisa que se colaba por las ramas de los árboles inundaba el ambiente de un sonido relajante y calmado.
Sus pasos no tardaron en llevarle hasta la pequeña aldea, donde devolvería el caldero y recibiría la gratitud de la anciana. Además, claro, de la insistencia de llevarse unos bocadillos para el camino.
Cuando hubo salido de la posada, no obstante, y cuando ya estaba a punto de abandonar la aldea, vio al joven chico del graffiti. Se encontraba jugando con un perro —el mismo perro que la había estado siguiendo por media aldea—, tratando, sin éxito por el momento, de que obedeciese su orden de sentarse.
—Vamos, pequeño, ¡sienta! ¡Sienta!
Suya era la opción de hablarle o proseguir su camino hacia Uzu.
Sus pasos no tardaron en llevarle hasta la pequeña aldea, donde devolvería el caldero y recibiría la gratitud de la anciana. Además, claro, de la insistencia de llevarse unos bocadillos para el camino.
Cuando hubo salido de la posada, no obstante, y cuando ya estaba a punto de abandonar la aldea, vio al joven chico del graffiti. Se encontraba jugando con un perro —el mismo perro que la había estado siguiendo por media aldea—, tratando, sin éxito por el momento, de que obedeciese su orden de sentarse.
—Vamos, pequeño, ¡sienta! ¡Sienta!
Suya era la opción de hablarle o proseguir su camino hacia Uzu.