19/05/2018, 20:53
Entraron en el edificio a través de un resquicio entre el fuego; pero, si en algún momento había llegado a pensar que la situación sería más fácil en el interior de la casa, pronto comprobaría que habría estado terriblemente equivocada y que acababan de atravesar las puertas del mismísimo Infierno. Dentro sólo había naranja y negro por todas partes. Y la bofetada de aire caliente la sacudió como un martillo invisible, y Ayame se tambaleó ligeramente. Pese a la manga que usaba como una precaria mascarilla, el humo le entraba en los ojos, haciéndole llorar y obligándola a alzar los brazos en un ridículo intento por protegerse de las fauces del dragón, y arañaba su garganta hasta el punto de hacerle toser.
—Maldita... sea... —maldecía entre tosidos. Pero pronto decidió que lo más inteligente era concentrar sus energías en buscar a la mujer, pues no aguantarían mucho allí dentro sin caer desfallecidos—. ¡¿HOLA?! —gritó, intentando llamar la atención de la mujer a la que debían rescatar de allí.
Pero sólo recibió un desagradable crujido como respuesta.
—¡Hostias, aparta! —exclamó Kumopansa.
Y Ayame no necesitó que se lo dijera dos veces. Se echó hacia un lado para evitar el listón de madera que se le venía encima, pero se mantuvo alerta por si no llegaba a tiempo y necesitaba licuar su cuerpo antes de resultar golpeada. Una vez a salvo se mantuvo acuclillada, aunque a aquellas alturas de la situación poca era la diferencia entre mantenerse así o quedarse de pie bien sabía que el humo siempre ascendía y de aquella manera tendría menos probabilidades de asfixiarse.
—¿Estás bien... Kumop...? —preguntó, pero se vio interrumpida por un nuevo acceo de tos. Ayame se refregó los ojos, intentando quitarse del rostro las lágrimas y el escozor que sentía—. ¡¿HOLA?! —repitió, casi desgañitándose, mientras avanzaba con lentitud y cuidado, siempre alerta a sus alrededores, por si algo volvía a echársele encima.
—Maldita... sea... —maldecía entre tosidos. Pero pronto decidió que lo más inteligente era concentrar sus energías en buscar a la mujer, pues no aguantarían mucho allí dentro sin caer desfallecidos—. ¡¿HOLA?! —gritó, intentando llamar la atención de la mujer a la que debían rescatar de allí.
Pero sólo recibió un desagradable crujido como respuesta.
—¡Hostias, aparta! —exclamó Kumopansa.
Y Ayame no necesitó que se lo dijera dos veces. Se echó hacia un lado para evitar el listón de madera que se le venía encima, pero se mantuvo alerta por si no llegaba a tiempo y necesitaba licuar su cuerpo antes de resultar golpeada. Una vez a salvo se mantuvo acuclillada, aunque a aquellas alturas de la situación poca era la diferencia entre mantenerse así o quedarse de pie bien sabía que el humo siempre ascendía y de aquella manera tendría menos probabilidades de asfixiarse.
—¿Estás bien... Kumop...? —preguntó, pero se vio interrumpida por un nuevo acceo de tos. Ayame se refregó los ojos, intentando quitarse del rostro las lágrimas y el escozor que sentía—. ¡¿HOLA?! —repitió, casi desgañitándose, mientras avanzaba con lentitud y cuidado, siempre alerta a sus alrededores, por si algo volvía a echársele encima.