29/05/2018, 16:54
Poco a poco, con una lentitud casi dolorosa, las piezas que componían lo ocurrido en los últimos cinco minutos fueron encajando en ese desastre que era la mente de Kojima Karma: Inokichi, el kunai, el ojo...
Quiso gritar, pero no encontró un solo retazo de su voz en las profundidades de su garganta, seca, bloqueada por un nudo vestido de desazón casi tan ancho como la totalidad de su esófago. «¡¿Q-Qué iba a hacer...?! ¡Yo no soy así, yo no soy así!». Había matado una vez, sí, pero no lo disfrutó, ni utilizó un método tan sanguinario; además, aquello había sido defensa propia, ¿verdad?. Algo en ella había cambiado sin percatarse del hecho. Estaba poseída, pero no por un oni del Yomi, si no por uno de sus múltiples demonios personales.
Con la mirada baja y el espirítu todavía más, la kunoichi caminó, siguiendo los pasos de su sensei. Un millón de preocupaciones y ninguna al mismo tiempo le pellizcaban el pensamiento. «Debo... debo aprender a controlarme... debo cambiar... no puedo ser así...», sentenció, la reflexión con más sentido que logró nadar lo suficiente como para escapar al maremoto de cavilaciones que la azotaban con ensañamiento.
Quiso gritar, pero no encontró un solo retazo de su voz en las profundidades de su garganta, seca, bloqueada por un nudo vestido de desazón casi tan ancho como la totalidad de su esófago. «¡¿Q-Qué iba a hacer...?! ¡Yo no soy así, yo no soy así!». Había matado una vez, sí, pero no lo disfrutó, ni utilizó un método tan sanguinario; además, aquello había sido defensa propia, ¿verdad?. Algo en ella había cambiado sin percatarse del hecho. Estaba poseída, pero no por un oni del Yomi, si no por uno de sus múltiples demonios personales.
Con la mirada baja y el espirítu todavía más, la kunoichi caminó, siguiendo los pasos de su sensei. Un millón de preocupaciones y ninguna al mismo tiempo le pellizcaban el pensamiento. «Debo... debo aprender a controlarme... debo cambiar... no puedo ser así...», sentenció, la reflexión con más sentido que logró nadar lo suficiente como para escapar al maremoto de cavilaciones que la azotaban con ensañamiento.