30/05/2018, 17:05
—Té para ella y una cerveza grande, bien fría, para mí —pidió el Uchiha a quien estaba al otro lado del ventanuco, fuera del campo de visión de Karma.
Luego se dio media vuelta y se acercó a la mesa donde su alumna esperaba, cabizbaja. La examinó un momento y finalmente tomó asiento frente a ella.
—Antes de que saques conclusiones precipitadas, debes saber que Hōzuki Inokichi no te estaba espiando en el vestuario de chicas —la informó Akame, cruzado de brazos, y luego emitió un profundo suspiro. Sus facciones se relajaron, volviendo a parecer algo más humanas—. Tan sólo estabas dentro de mi Genjutsu. Era una prueba.
Un hombre bajito y rechoncho salió de detrás de la barra llevando una taza de té en una mano y una enorme jarra dorada en la otra. Depositó las bebidas en la mesa, delante de sus respectivos dueños, y agradeció la compra con una torpe reverencia —su panza no le dejaba inclinarse debidamente—. Akame tomó la cerveza y bebió un largo trago, saboreando el fresco, amargo líquido que le revitalizó por completo.
«Bueno, ya es más de mediodía, así que técnicamente esto no me convierte en un borracho», trató de convencerse el jōnin.
Había empezado a beber alcohol en serio últimamente. El Verano en Uzu no Kuni tampoco invitaba a otra cosa más que a una cervecita bien fría en cualquier terraza, pero fundamentalmente lo hacía porque le era más fácil conciliar el sueño si llevaba una buena papa al irse a la cama.
«Es sólo para dormir un poco... Puedo dejarlo cuando quiera», se dijo, de nuevo.
—Así que bueno —continuó, tras darle otro buen trago, poniendo sobre la mesa una carpeta que contenía varias hojas de papel—. ¿Cuál es tu historia, eh? La de verdad, me refiero. Trabajaste de muchas cosas antes de ingresar a la Academia de las Olas, y tu edad desde luego no acompaña. Tu madre murió en el parto y tu padre hace no tanto en... Extrañas circunstancias. Desde luego tienes un trasfondo que daría para manga.
Akame todavía recordaba a aquellos protagonistas de novelas fantásticas y de cómics cuyos progenitores morían en trágicas situaciones, lo que solía llenarles de determinación. En la realidad, sin embargo, era más frecuente que ocurriese justo lo contrario.
Luego se dio media vuelta y se acercó a la mesa donde su alumna esperaba, cabizbaja. La examinó un momento y finalmente tomó asiento frente a ella.
—Antes de que saques conclusiones precipitadas, debes saber que Hōzuki Inokichi no te estaba espiando en el vestuario de chicas —la informó Akame, cruzado de brazos, y luego emitió un profundo suspiro. Sus facciones se relajaron, volviendo a parecer algo más humanas—. Tan sólo estabas dentro de mi Genjutsu. Era una prueba.
Un hombre bajito y rechoncho salió de detrás de la barra llevando una taza de té en una mano y una enorme jarra dorada en la otra. Depositó las bebidas en la mesa, delante de sus respectivos dueños, y agradeció la compra con una torpe reverencia —su panza no le dejaba inclinarse debidamente—. Akame tomó la cerveza y bebió un largo trago, saboreando el fresco, amargo líquido que le revitalizó por completo.
«Bueno, ya es más de mediodía, así que técnicamente esto no me convierte en un borracho», trató de convencerse el jōnin.
Había empezado a beber alcohol en serio últimamente. El Verano en Uzu no Kuni tampoco invitaba a otra cosa más que a una cervecita bien fría en cualquier terraza, pero fundamentalmente lo hacía porque le era más fácil conciliar el sueño si llevaba una buena papa al irse a la cama.
«Es sólo para dormir un poco... Puedo dejarlo cuando quiera», se dijo, de nuevo.
—Así que bueno —continuó, tras darle otro buen trago, poniendo sobre la mesa una carpeta que contenía varias hojas de papel—. ¿Cuál es tu historia, eh? La de verdad, me refiero. Trabajaste de muchas cosas antes de ingresar a la Academia de las Olas, y tu edad desde luego no acompaña. Tu madre murió en el parto y tu padre hace no tanto en... Extrañas circunstancias. Desde luego tienes un trasfondo que daría para manga.
Akame todavía recordaba a aquellos protagonistas de novelas fantásticas y de cómics cuyos progenitores morían en trágicas situaciones, lo que solía llenarles de determinación. En la realidad, sin embargo, era más frecuente que ocurriese justo lo contrario.