1/06/2018, 15:45
Un tiempo después de que se hubiese vuelto chuunin, Manase Mogura comenzó a hacerse un tiempo en su agenda siempre que podía para pasar a un local en particular a beber un poco y comer algo mientras disfrutaba de una charla de sobremesa con algunos shinobi de su mismo rango.
Aquel viejo bar restaurante no era en lo absoluto lujoso, estaba lejos de serlo. Era una cosa sumamente rustica, en términos de Amegakure y su nivel tecnológico, pero resultaba acogedor y sin duda alguna servía para resguardarse de la helada calle.
Por esas cosas místicas que tienen los bares, un día un par de chuunin se metieron en el negocio con aquella intención, y cuando el dueño pudo darse cuenta, el grueso de su clientela regular estaba constituida por los mismos borrachos con chaleco y placas plateadas, algunos incluso habían llegado a conseguir una dorada, pero seguían yendo al lugar a ver a sus conocidos.
El portal de ingreso era una puerta corrediza de madera montada en un marco metálico con algunas pequeñas tuberías a los costados todas entrelazadas de manera caótica y que se terminaban perdiendo en el piso. Si Inoue llegaba a atravesarla se encontraría de frente con una barra y algunas banquetas, a penas unas cuatro, solo una libre. Pero en otro rincón había un par de mesas sobre unos tatami, una de ellas estaba ocupada por una persona que él conocía bien y también por un desconocido. Sobre la mesa en cuestión habría una botella blanca de porcelana y dos pequeñas tazas de esas que se usan para beber alcohol.
Aquel viejo bar restaurante no era en lo absoluto lujoso, estaba lejos de serlo. Era una cosa sumamente rustica, en términos de Amegakure y su nivel tecnológico, pero resultaba acogedor y sin duda alguna servía para resguardarse de la helada calle.
Por esas cosas místicas que tienen los bares, un día un par de chuunin se metieron en el negocio con aquella intención, y cuando el dueño pudo darse cuenta, el grueso de su clientela regular estaba constituida por los mismos borrachos con chaleco y placas plateadas, algunos incluso habían llegado a conseguir una dorada, pero seguían yendo al lugar a ver a sus conocidos.
El portal de ingreso era una puerta corrediza de madera montada en un marco metálico con algunas pequeñas tuberías a los costados todas entrelazadas de manera caótica y que se terminaban perdiendo en el piso. Si Inoue llegaba a atravesarla se encontraría de frente con una barra y algunas banquetas, a penas unas cuatro, solo una libre. Pero en otro rincón había un par de mesas sobre unos tatami, una de ellas estaba ocupada por una persona que él conocía bien y también por un desconocido. Sobre la mesa en cuestión habría una botella blanca de porcelana y dos pequeñas tazas de esas que se usan para beber alcohol.
Hablo - Pienso