6/06/2018, 10:58
—Oh, vaya, así que estamos salvados gracias a ti, ¿eh? —respondió la mujer, y Ayame no pudo evitar mirarla con cierta extrañeza al percibir cierto sarcasmo en su voz—. Solo eres una niña. No puedes salvarnos a todos. De hecho, ya podrás considerarte aforunada si te salvas a ti misma.
«¿Esa es su forma de darme las gracias por haberme metido en este infierno?» Pensó Ayame, chasqueando la lengua con fastidio. La propia atmósfera, cargada de calor, fuego y humo; ya crispaba su humor y sus nervios como para encima tener que cargar con la ingratitud de una mujer. Por no hablar del miedo que ya sentía...
Sin embargo, no llegó a responder en voz alta. Simplemente se concentró en cargarla sobre su hombro.
—¡Ay! Ten cuidado, niña —protestó.
—Lo siento —respondió ella, con un hilo de voz.
—Oye.. kunoichi, voy a avisar a Yota de que ya has encontrado a la madre de la niña —intervino Kumopansa; y, antes de que Ayame pudiera decir nada al respecto, la kunoichi vio la difusa sombra de sus patitas alejándose entre el humo.
«Maldita sea...» Ayame se mordió el labio inferior. Si hubiera estado sola, la situación no le habría preocupado tanto. Después de todo, ella era El Agua y podía enfrentarse a las llamas sin ningún problema, incluso evitar resultar aplastada por los escombros. Pero cargando con una mujer herida que no podía tenerse apenas en pie...
—Creo que estoy alucinando —habló la mujer—. ¿Esa araña acababa de decir que mi niña está ahí fuera? ¿De verdad que está bien?
—Está bien. Está fuera, esperándola —respondió Ayame, pestañeando varias veces para eliminar las lágrimas de sus irritados ojos y respirando lenta y pausadamente para evitar tragar más humo del necesario. Debilitada, echó a andar, como buenamente podía con la mujer a cuestas, dispuesta a deshacer el camino hecho hasta allí y salir de aquel infierno de una vez por todas—. Dígame... señora. ¿Hay alguien más en la casa...? ¿Qué... ha... ocurrido...?
«¿Esa es su forma de darme las gracias por haberme metido en este infierno?» Pensó Ayame, chasqueando la lengua con fastidio. La propia atmósfera, cargada de calor, fuego y humo; ya crispaba su humor y sus nervios como para encima tener que cargar con la ingratitud de una mujer. Por no hablar del miedo que ya sentía...
Sin embargo, no llegó a responder en voz alta. Simplemente se concentró en cargarla sobre su hombro.
—¡Ay! Ten cuidado, niña —protestó.
—Lo siento —respondió ella, con un hilo de voz.
—Oye.. kunoichi, voy a avisar a Yota de que ya has encontrado a la madre de la niña —intervino Kumopansa; y, antes de que Ayame pudiera decir nada al respecto, la kunoichi vio la difusa sombra de sus patitas alejándose entre el humo.
«Maldita sea...» Ayame se mordió el labio inferior. Si hubiera estado sola, la situación no le habría preocupado tanto. Después de todo, ella era El Agua y podía enfrentarse a las llamas sin ningún problema, incluso evitar resultar aplastada por los escombros. Pero cargando con una mujer herida que no podía tenerse apenas en pie...
—Creo que estoy alucinando —habló la mujer—. ¿Esa araña acababa de decir que mi niña está ahí fuera? ¿De verdad que está bien?
—Está bien. Está fuera, esperándola —respondió Ayame, pestañeando varias veces para eliminar las lágrimas de sus irritados ojos y respirando lenta y pausadamente para evitar tragar más humo del necesario. Debilitada, echó a andar, como buenamente podía con la mujer a cuestas, dispuesta a deshacer el camino hecho hasta allí y salir de aquel infierno de una vez por todas—. Dígame... señora. ¿Hay alguien más en la casa...? ¿Qué... ha... ocurrido...?