11/06/2018, 03:00
Había que darle crédito a Umikiba Kaido. Gozaba de buenas ideas, y las ejecutaba razonablemente bien. Normalmente, una persona normal tan solo tenía una de las dos cualidades. Él, como solo los prodigios podían, combinaba ambas. Pero incluso al Tiburón se le resistían ciertas cosas.
La copia del documento fue, dentro de lo que cabía, más que buena. Imitó casi a la perfección cada letra. Cada rasgo, cada profundidad y grosor en la tinta. La curvatura de cada trazo. La separación que había entre ellas. La rectitud de las líneas. Pero había cosas que, incluso para él, eran imposibles de imitar. No disponía de las herramientas adecuadas, ni de los conocimientos.
Para empezar, el pergamino. No daba el pego. Era demasiado nuevo. Demasiado limpio. Demasiado blanco. A ojos expertos, la tinta estaba demasiado fresca. A ojos más o menos versados, simplemente se fijarían en el sello del título de la propiedad. Era algo que con pluma y tinta era imposible de imitar. No ya solo por su forma, sino por la textura del material, por su color, por su composición.
Shenfu Kano resopló, como si estuviese viendo un retrato horrible de su querido hijo.
—No está mal, pero… —Yoku Reon no terminó la frase. No hacía falta.
La copia del documento fue, dentro de lo que cabía, más que buena. Imitó casi a la perfección cada letra. Cada rasgo, cada profundidad y grosor en la tinta. La curvatura de cada trazo. La separación que había entre ellas. La rectitud de las líneas. Pero había cosas que, incluso para él, eran imposibles de imitar. No disponía de las herramientas adecuadas, ni de los conocimientos.
Para empezar, el pergamino. No daba el pego. Era demasiado nuevo. Demasiado limpio. Demasiado blanco. A ojos expertos, la tinta estaba demasiado fresca. A ojos más o menos versados, simplemente se fijarían en el sello del título de la propiedad. Era algo que con pluma y tinta era imposible de imitar. No ya solo por su forma, sino por la textura del material, por su color, por su composición.
Shenfu Kano resopló, como si estuviese viendo un retrato horrible de su querido hijo.
—No está mal, pero… —Yoku Reon no terminó la frase. No hacía falta.