13/06/2018, 12:55
(Última modificación: 13/06/2018, 12:57 por Aotsuki Ayame.)
—No, niña, no hay nadie más, ese desgraciado... —fue la respuesta de la mujer ante su pregunta.
«¿"Ese desgraciado"? ¿A quién se refiere? ¿Puede que fuera él el que causara este incendio? ¿Pero por qué?» Ayame frunció el ceño. Le habría gustado formular aquellas y mil preguntas más en voz alta, pero las circunstancias no acompañaban. Primero tenían que salir de allí, después habría tiempo para las preguntas.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo. El cuerpo de la mujer era bastante más pesado de lo que había esperado en un principio, y era consciente de que sus músculos, ya de por sí débiles, no podrían aguantarlo mucho más. Intentó respirar hondo, tratando de oxigenar su cuerpo y darse fuerzas, pero sólo consiguió respirar humo y cenizas que le arrancaron un nuevo ataque de tos.
«Tenemos que salir... Tenemos que salir...» Murmuró para sí, con los ojos llorosos y el calor del fuego desollando su piel con cada caricia de fuego.
Y, como si de un milagro se tratara, entre el humo y el fuego la puerta de entrada se presentó ante tus ojos. Estaban salvadas.
—Ay, niña inocente, no sé para qué narices ayudas a una moribunda como yo... —volvió a protestar la mujer—. En fin, está bien, te lo explicaré pero antes sácame de aquí o moriremos ahogadas.
—Soy... kunoichi... es mi... deber... —respondió, profundamente debilitada. Pero alzó la mirada hacia la puerta, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban. Estaba allí, casi al alcance de su mano. Podían hacerlo... Podían...—. Agárrese... muy fuerte... a mí...
La mano libre de Ayame formuló el sello del tigre y, con sus últimas fuerzas, reunió el chakra en sus piernas. En apenas un parpadeo, la kunoichi desaparecería con la mujer para abalanzarse hacia la puerta de salida.
Hacia la puerta de su salvación.
«¿"Ese desgraciado"? ¿A quién se refiere? ¿Puede que fuera él el que causara este incendio? ¿Pero por qué?» Ayame frunció el ceño. Le habría gustado formular aquellas y mil preguntas más en voz alta, pero las circunstancias no acompañaban. Primero tenían que salir de allí, después habría tiempo para las preguntas.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo. El cuerpo de la mujer era bastante más pesado de lo que había esperado en un principio, y era consciente de que sus músculos, ya de por sí débiles, no podrían aguantarlo mucho más. Intentó respirar hondo, tratando de oxigenar su cuerpo y darse fuerzas, pero sólo consiguió respirar humo y cenizas que le arrancaron un nuevo ataque de tos.
«Tenemos que salir... Tenemos que salir...» Murmuró para sí, con los ojos llorosos y el calor del fuego desollando su piel con cada caricia de fuego.
Y, como si de un milagro se tratara, entre el humo y el fuego la puerta de entrada se presentó ante tus ojos. Estaban salvadas.
—Ay, niña inocente, no sé para qué narices ayudas a una moribunda como yo... —volvió a protestar la mujer—. En fin, está bien, te lo explicaré pero antes sácame de aquí o moriremos ahogadas.
—Soy... kunoichi... es mi... deber... —respondió, profundamente debilitada. Pero alzó la mirada hacia la puerta, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban. Estaba allí, casi al alcance de su mano. Podían hacerlo... Podían...—. Agárrese... muy fuerte... a mí...
La mano libre de Ayame formuló el sello del tigre y, con sus últimas fuerzas, reunió el chakra en sus piernas. En apenas un parpadeo, la kunoichi desaparecería con la mujer para abalanzarse hacia la puerta de salida.
Hacia la puerta de su salvación.