7/09/2015, 00:27
Percibió por el rabillo del ojo la mirada que le había dirigido su compañero. Una mirada cargada de estupefacción y sorpresa. Pero Ayame seguía con sus ojos clavados en los tres bandidos, cuyo lenguaje corporal era cada vez menos paciente y cada vez más agresivo. Podía percibirlo en la tensión que se marcaba en los músculos bajo su piel, en sus gestos cada vez más forzados, en su obstinación en aferrarse a sus armas... La tensión era palpable. Se aproximaba una tormenta.
Un rayo sacudió el cielo por encima de sus cabezas.
Como si de un pistoletazo de salida se tratara, el chico entrelazó ambas manos a la altura de su pecho.
—¡NO TE DEJARÉ, MOCOSO!
El coloso bandido alzó la porra por encima de su cabeza, dispuesto a acabar con la mosca que había decidido molestarle. Pero algo silbó en el aire, y el ladrón apenas tuvo tiempo de echarse a un lado para evitar un profundo arañazo en su bíceps izquierdo.
«Esa técnica...» Meditaba una asustada Ayame, con el brazo descansando en su ragazo tras el lanzamiento. La sorpresa del movimiento permitió que el otro genin terminara su secuencia de sellos y lanzara un potente chorro a presión contra sus atacantes.
Pero apenas tuvo tiempo de relajarse. Su compañero la tomó del antebrazo y comenzó a arrastrarla hacia la pared más cercana entre largas zancadas.
—¡Espera! ¿Qué piensas hacer? ¿Qué hay de tu dinero?
Pero sus intenciones estaban claras. Iban a escalar aquel muro, y Ayame apenas se vio con tiempo para acumular la cantidad exacta de chakra en la planta de sus pies para no quedar adherida del todo a los adoquines ni ser repelida por la fuerza de su energía.
«Ya está. Estamos a salvo.» Pensó, aliviada. Aquellos malhechores no parecían ser ninjas, y mucho menos parecían saber cómo utilizar el chakra como ellos. Aquello era lo mejor que podrían haber hecho para ponerse a salvo, y Ayame no pudo evitar sentirse mal porque no se le hubiese ocurrido antes.
Pero tampoco sabía cuánto se equivocaba.
Estaban a medio camino de alcanzar el tejado cuando sintió que algo se enroscaba bruscamente en torno a su tobillo y tiraba de ella de vuelta hacia abajo.
[color=dodgerblue]—¡AH! —la fuerza de la sacudida y lo improvisto de la situación provocó que el agarre de su compañero se soltara. Y antes de que Ayame pudiera adherirse de nuevo a la pared, la gravedad hizo el resto del trabajo. Cayó con estruendo contra el suelo.
Sin embargo, en el momento del fatal impacto, su cuerpo estalló en una tromba de agua que salpicó el callejón con la fuerza de un furioso maremoto.
—¡Jijijijiji!
—¡No tiene gracia! ¡¿Qué demonios ha pasado?! —el hombre larguirucho sostenía el mango del látigo que había utilizado para derribar a la muchacha.
—¡QUÉ COJONES HAS HECHO, IDIOTA?
—¡Yo no he hecho nada! Se... ¡Se ha desintegrado ella sola!
Pero ahora los tres bandidos contemplaban sobrecogidos la escena, sin saber muy bien qué había pasado ni qué debían hacer.
Un rayo sacudió el cielo por encima de sus cabezas.
Como si de un pistoletazo de salida se tratara, el chico entrelazó ambas manos a la altura de su pecho.
—¡NO TE DEJARÉ, MOCOSO!
El coloso bandido alzó la porra por encima de su cabeza, dispuesto a acabar con la mosca que había decidido molestarle. Pero algo silbó en el aire, y el ladrón apenas tuvo tiempo de echarse a un lado para evitar un profundo arañazo en su bíceps izquierdo.
«Esa técnica...» Meditaba una asustada Ayame, con el brazo descansando en su ragazo tras el lanzamiento. La sorpresa del movimiento permitió que el otro genin terminara su secuencia de sellos y lanzara un potente chorro a presión contra sus atacantes.
Pero apenas tuvo tiempo de relajarse. Su compañero la tomó del antebrazo y comenzó a arrastrarla hacia la pared más cercana entre largas zancadas.
—¡Espera! ¿Qué piensas hacer? ¿Qué hay de tu dinero?
Pero sus intenciones estaban claras. Iban a escalar aquel muro, y Ayame apenas se vio con tiempo para acumular la cantidad exacta de chakra en la planta de sus pies para no quedar adherida del todo a los adoquines ni ser repelida por la fuerza de su energía.
«Ya está. Estamos a salvo.» Pensó, aliviada. Aquellos malhechores no parecían ser ninjas, y mucho menos parecían saber cómo utilizar el chakra como ellos. Aquello era lo mejor que podrían haber hecho para ponerse a salvo, y Ayame no pudo evitar sentirse mal porque no se le hubiese ocurrido antes.
Pero tampoco sabía cuánto se equivocaba.
Estaban a medio camino de alcanzar el tejado cuando sintió que algo se enroscaba bruscamente en torno a su tobillo y tiraba de ella de vuelta hacia abajo.
[color=dodgerblue]—¡AH! —la fuerza de la sacudida y lo improvisto de la situación provocó que el agarre de su compañero se soltara. Y antes de que Ayame pudiera adherirse de nuevo a la pared, la gravedad hizo el resto del trabajo. Cayó con estruendo contra el suelo.
Sin embargo, en el momento del fatal impacto, su cuerpo estalló en una tromba de agua que salpicó el callejón con la fuerza de un furioso maremoto.
—¡Jijijijiji!
—¡No tiene gracia! ¡¿Qué demonios ha pasado?! —el hombre larguirucho sostenía el mango del látigo que había utilizado para derribar a la muchacha.
—¡QUÉ COJONES HAS HECHO, IDIOTA?
—¡Yo no he hecho nada! Se... ¡Se ha desintegrado ella sola!
Pero ahora los tres bandidos contemplaban sobrecogidos la escena, sin saber muy bien qué había pasado ni qué debían hacer.