15/06/2018, 00:25
Karma seguía a lo suyo, estudiando el mapa. De tanto en tanto se aproximaba a algún viandante que pasaba cerca de ella y le preguntaba por la librería. La gente iba con demasiada prisa —o simplemente no tenía ni idea— como para ayudarla. Algunos la ignoraban olímpicamente, a lo que ella bufaba.
Finalmente alguien supo responderle. Era un hombre con ojos de zorro y una dentadura sobresaliente —porque tenía los dientes grandes y salidos hacia fuera—, de semblante distraído. Pensó a lo largo de unos momentos y entonces le dijo:
—Ah sí, ¡allí venden muy buenas revistas porno! Jajajajaja —Karma torció el gesto—. Tienes que seguir para abajo y tomar la tercera salida a la derecha, luego una izquierda y saldrás a otra vía principal. La llamamos La Vena. Deberías de estar cerca de La Página si me haces caso. Si no das con ella pregunta por la zona, la encontrarás rápido. En general, si te pierdes, ¡pregunta por La Vena!
—Muchas gracias —la uzujin le dedicó una reverencia.
—¡No hay de qué! Hay que ser un buen samaritano, jajajaja.
Lo que Karma no supo era que, cuando el tipo se marchó, se aseguró de girar bien la cabeza para mirarle el trasero con impunidad, a lo que lanzó un silbido por lo bajini.
Todavía con el mapa en las manos, la kunoichi se dispuso a seguir las indicaciones que le acababan de otorgar. Se pegó al lado izquierdo de la calle, buscando un poco de sombra, ahora que podía acelerar el ritmo. No tardó en pasar por debajo de un humilde edificio de apartamentos...
Todo ocurrió en poco más de un par de segundos. Un estruendo infernal. Un golpe seco, traicionero, y un enorme peso sobre su dolorido cuerpo. El mundo le dio vueltas.
Una mujer gritó, señalando a lo que Karma tenía encima. Muchos echaron a correr en todas direcciones, queriendo abandonar la zona lo antes posible. La kunoichi percibió otro clamor, esta vez perteneciente a un hombre ronco hasta decir basta:
—¡LA GUARDIA! ¡QUE ALGUIEN LLAME A LA GUARDIA!
La médica apretó los dientes. Estaba tendida de lado, con la mirada —y todo el cuerpo— contra el pavimento. A su izquierda sentía el endemoniado lastre del objeto culpable de su caída. Aún no alcanzaba a comprender ni lo que había ocurrido ni lo que estaba pasando en ese momento. ¿Por qué tanto alboroto? ¿Era por ella?
Movió el rostro hacia su izquierda, hacia los cielos. Se topó con una faz distinta a la propia, una inconfundiblemente masculina. Estaba muy cerca de ella, tendida sobre su hombro, como si fuese su amante. Solo que la expresión de este Casanova se había quedado congelada en una perturbante mueca de dolor, carente de cualquier tipo de reacción consciente. Sintió algo húmedo y caliente extendiéndose a lo largo de su cadera y espalda.
«Sus ojos... es casi como si...».
Entonces, por fin, algo hizo clic en el hemisterio de su cerebro que se ocupaba del razonamiento.
Era un cadáver. Se le había caído encima un cadáver, y ahora la tenía presa bajo su peso.
Empezó a gritar como no lo había hecho desde que era niña. Pataleó y se retorció, pero era demasiado débil como para quitárselo de encima. Quiso arrastarse lejos de allí, fuera de esa pesadilla, pero no pudo. El fiambre pertenecía a un hombre de respetable embergadura, más alto y mucho más ancho que la Kojima. Así que sus cuerdas vocales continuaron dando de sí. Los gritos se acabaron transformando en gemidos tan entrecortados como desesperados.
Todos aquellos que hasta entonces habían estado cerca del epicentro del suceso no se habían molestado en intentar ayudarla. Habían huído; algunos presa del pánico, otros preocupados por su pellejo. Alguno que otro estaba intentando dar con un miembro de la guardia al que pedir auxilio.
La vía quedó casi desierta. Sus dos únicos ocupantes: las figuras desparramadas en el suelo.
Finalmente alguien supo responderle. Era un hombre con ojos de zorro y una dentadura sobresaliente —porque tenía los dientes grandes y salidos hacia fuera—, de semblante distraído. Pensó a lo largo de unos momentos y entonces le dijo:
—Ah sí, ¡allí venden muy buenas revistas porno! Jajajajaja —Karma torció el gesto—. Tienes que seguir para abajo y tomar la tercera salida a la derecha, luego una izquierda y saldrás a otra vía principal. La llamamos La Vena. Deberías de estar cerca de La Página si me haces caso. Si no das con ella pregunta por la zona, la encontrarás rápido. En general, si te pierdes, ¡pregunta por La Vena!
—Muchas gracias —la uzujin le dedicó una reverencia.
—¡No hay de qué! Hay que ser un buen samaritano, jajajaja.
Lo que Karma no supo era que, cuando el tipo se marchó, se aseguró de girar bien la cabeza para mirarle el trasero con impunidad, a lo que lanzó un silbido por lo bajini.
Todavía con el mapa en las manos, la kunoichi se dispuso a seguir las indicaciones que le acababan de otorgar. Se pegó al lado izquierdo de la calle, buscando un poco de sombra, ahora que podía acelerar el ritmo. No tardó en pasar por debajo de un humilde edificio de apartamentos...
¡CRASH!
Todo ocurrió en poco más de un par de segundos. Un estruendo infernal. Un golpe seco, traicionero, y un enorme peso sobre su dolorido cuerpo. El mundo le dio vueltas.
Una mujer gritó, señalando a lo que Karma tenía encima. Muchos echaron a correr en todas direcciones, queriendo abandonar la zona lo antes posible. La kunoichi percibió otro clamor, esta vez perteneciente a un hombre ronco hasta decir basta:
—¡LA GUARDIA! ¡QUE ALGUIEN LLAME A LA GUARDIA!
La médica apretó los dientes. Estaba tendida de lado, con la mirada —y todo el cuerpo— contra el pavimento. A su izquierda sentía el endemoniado lastre del objeto culpable de su caída. Aún no alcanzaba a comprender ni lo que había ocurrido ni lo que estaba pasando en ese momento. ¿Por qué tanto alboroto? ¿Era por ella?
Movió el rostro hacia su izquierda, hacia los cielos. Se topó con una faz distinta a la propia, una inconfundiblemente masculina. Estaba muy cerca de ella, tendida sobre su hombro, como si fuese su amante. Solo que la expresión de este Casanova se había quedado congelada en una perturbante mueca de dolor, carente de cualquier tipo de reacción consciente. Sintió algo húmedo y caliente extendiéndose a lo largo de su cadera y espalda.
«Sus ojos... es casi como si...».
Entonces, por fin, algo hizo clic en el hemisterio de su cerebro que se ocupaba del razonamiento.
Era un cadáver. Se le había caído encima un cadáver, y ahora la tenía presa bajo su peso.
Empezó a gritar como no lo había hecho desde que era niña. Pataleó y se retorció, pero era demasiado débil como para quitárselo de encima. Quiso arrastarse lejos de allí, fuera de esa pesadilla, pero no pudo. El fiambre pertenecía a un hombre de respetable embergadura, más alto y mucho más ancho que la Kojima. Así que sus cuerdas vocales continuaron dando de sí. Los gritos se acabaron transformando en gemidos tan entrecortados como desesperados.
Todos aquellos que hasta entonces habían estado cerca del epicentro del suceso no se habían molestado en intentar ayudarla. Habían huído; algunos presa del pánico, otros preocupados por su pellejo. Alguno que otro estaba intentando dar con un miembro de la guardia al que pedir auxilio.
La vía quedó casi desierta. Sus dos únicos ocupantes: las figuras desparramadas en el suelo.