16/06/2018, 19:17
Al principio Kaido no notó nada salvo el pulso de su propio corazón, latiéndole con fuerza en el pecho. Pam, pam. Pam, pam. Pam, pam. Tuvo que respirar hondo y sosegarse para hallarlo. Una leve palpitación, tan suave como un beso que no llega a tocar los labios ajenos.
—Fue por si acaso —se escudó Yoku Reon, que no paraba de moverse en el sitio, eléctrico—. Ayuda, sí. A tu puta madre voy a buscar ayuda. —Shenfu Kano le abofeteó en el acto.
—Deja de holgazanear y a trabajar, hostia. Bam, bam, bam —Shenfu Kano también se había tomado su dosis particular.
—No tiene sentido que este tipejo pueda conmigo —farfulló, por enésima vez, mientras fingía estar maltrecho y se dejaba llevar por Kaido. O, más bien, Kuchige, el hombre en el que se había transformado.
Sus pasos les llevaron hasta el famoso almacén, donde el otro hombre que había visto Kaido llenaba un carro con cajas y más cajas. Al frente del carro, un caballo. Un olor profundo y asqueroso a pescado llegó a sus olfatos. Las cajas, por lo que se veía, estaban repletas de peces, mas otro olor, más dulzón y empalagoso, se escondía bajo este primer aroma. La mezcla de estos dos olores causaba el aroma más nauseabundo y vomitivo que ninguno de los dos había respirado nunca.
Katame, al frente de uno de los dos almacenes y con los brazos cruzados, les vio al instante. Un brillo peligroso se iluminó en su mirada.
—Cagonmimadre, ¿qué ha pasado?
—Fue por si acaso —se escudó Yoku Reon, que no paraba de moverse en el sitio, eléctrico—. Ayuda, sí. A tu puta madre voy a buscar ayuda. —Shenfu Kano le abofeteó en el acto.
—Deja de holgazanear y a trabajar, hostia. Bam, bam, bam —Shenfu Kano también se había tomado su dosis particular.
• • •
—No tiene sentido que este tipejo pueda conmigo —farfulló, por enésima vez, mientras fingía estar maltrecho y se dejaba llevar por Kaido. O, más bien, Kuchige, el hombre en el que se había transformado.
Sus pasos les llevaron hasta el famoso almacén, donde el otro hombre que había visto Kaido llenaba un carro con cajas y más cajas. Al frente del carro, un caballo. Un olor profundo y asqueroso a pescado llegó a sus olfatos. Las cajas, por lo que se veía, estaban repletas de peces, mas otro olor, más dulzón y empalagoso, se escondía bajo este primer aroma. La mezcla de estos dos olores causaba el aroma más nauseabundo y vomitivo que ninguno de los dos había respirado nunca.
Katame, al frente de uno de los dos almacenes y con los brazos cruzados, les vio al instante. Un brillo peligroso se iluminó en su mirada.
—Cagonmimadre, ¿qué ha pasado?