16/06/2018, 22:26
Katame rio con fuerza ante los miedos de su hombre.
—¡Menudo pichafloja! —le espetó. Estaba claro que no podía confiar en él para nada. Ni siquiera para seguir respirando. Pese a que había querido mantenerles lo menos informados posible, habían visto demasiado. Sabían demasiado.
Ambos. O, más bien, los tres. Era una pena que Kila no hubiese acudido. Se hubiese divertido con ella. ¿Desde cuándo hacía que no se pegaba una buena fiesta? Mínimo un mes, aunque nada a la altura de lo que él se merecía desde el año pasado, cuando había secuestrado junto a Zaide a aquella kunoichi de Uzushiogakure. Y, hablando de Zaide…
… él no cometería sus errores. Al cuerno el maldito Código y sus vomitivos sentimentalismos.
—Justo a tiempo —dijo, al ver al compañero de Kuchige volver.
—¿Eh? —dijo él, confuso—. No encontré a nadie, Katame.
—Así me gusta, así me gusta. Estaba hablando con Kuchige. Quiere un aumento de sueldo. ¿Tú qué dices?
El hombre miró a Kuchige, todavía más confuso, y luego al propio Katame.
—Yo… Yo estoy contento con lo pactado.
Se oyó entonces el filo de un acero al desenvainarse. Era el de Katame, a quien le cruzó una mueca al hacer el gesto. Su hombro derecho —el que le había atravesado aquella zorra—, todavía se resentía en según qué movimientos. No había curado bien, y no sabía si algún día lo haría.
—Estupendo. —A una velocidad asombrosa, Katame recortó la distancia que les separaba y ensartó a aquel perro infeliz con su espada, atravesándole el corazón. Disfrutó de su gesto de incredulidad antes de empujarle con una patada y trazar un nuevo arco con la espada, dispuesto a cercenarles la cabeza a Kano y Kuchige de un solo movimiento.
La mejor manera de no dejar cabos sueltos, era no dejar cabezas sobre torso.
—¡Menudo pichafloja! —le espetó. Estaba claro que no podía confiar en él para nada. Ni siquiera para seguir respirando. Pese a que había querido mantenerles lo menos informados posible, habían visto demasiado. Sabían demasiado.
Ambos. O, más bien, los tres. Era una pena que Kila no hubiese acudido. Se hubiese divertido con ella. ¿Desde cuándo hacía que no se pegaba una buena fiesta? Mínimo un mes, aunque nada a la altura de lo que él se merecía desde el año pasado, cuando había secuestrado junto a Zaide a aquella kunoichi de Uzushiogakure. Y, hablando de Zaide…
… él no cometería sus errores. Al cuerno el maldito Código y sus vomitivos sentimentalismos.
—Justo a tiempo —dijo, al ver al compañero de Kuchige volver.
—¿Eh? —dijo él, confuso—. No encontré a nadie, Katame.
—Así me gusta, así me gusta. Estaba hablando con Kuchige. Quiere un aumento de sueldo. ¿Tú qué dices?
El hombre miró a Kuchige, todavía más confuso, y luego al propio Katame.
—Yo… Yo estoy contento con lo pactado.
Se oyó entonces el filo de un acero al desenvainarse. Era el de Katame, a quien le cruzó una mueca al hacer el gesto. Su hombro derecho —el que le había atravesado aquella zorra—, todavía se resentía en según qué movimientos. No había curado bien, y no sabía si algún día lo haría.
—Estupendo. —A una velocidad asombrosa, Katame recortó la distancia que les separaba y ensartó a aquel perro infeliz con su espada, atravesándole el corazón. Disfrutó de su gesto de incredulidad antes de empujarle con una patada y trazar un nuevo arco con la espada, dispuesto a cercenarles la cabeza a Kano y Kuchige de un solo movimiento.
La mejor manera de no dejar cabos sueltos, era no dejar cabezas sobre torso.