17/06/2018, 01:13
Kaido sonrió austero a la presencia de su más temible enemigo, como quien alguna vez decide sonreír a la muerte. Quizás, el primero que podía considerar una amenaza real. Le miró con la furia de mil mares, tratando de atizar la llama que desprendía la presencia de aquel dragón, que fúrico, intentaba discernir quién era él. O del cómo había llegado hasta allí para convertirse en una piedra en la horma de su elegante zapato. En una pieza indeseada en su propia partida de shogi.
—Digamos que soy la ley, Katame-san —decía él, a medida de que su brazo parecía recomponerse entre sus propios caudales de agua a paso acelerado—. y has cometidos varios crímenes por los que tendrás que responder. Ahora dime, ¿en dónde cojones tienes a Koe? —espetó, a la espera de que Kano lograse dar con ella por sus propios medios. Realmente lo deseaba.
El gyojin dio un pequeño paso atrás, con su Kodachi en ristre; y su zurda explorando sectores desconocidos de su ese mismo costado de su cuerpo. Su voluntad, férrea, manteniéndose firme ante la adversidad que se erguía frente a él. aún cuando en su interior sabía que estaba en desventaja.
—Digamos que soy la ley, Katame-san —decía él, a medida de que su brazo parecía recomponerse entre sus propios caudales de agua a paso acelerado—. y has cometidos varios crímenes por los que tendrás que responder. Ahora dime, ¿en dónde cojones tienes a Koe? —espetó, a la espera de que Kano lograse dar con ella por sus propios medios. Realmente lo deseaba.
El gyojin dio un pequeño paso atrás, con su Kodachi en ristre; y su zurda explorando sectores desconocidos de su ese mismo costado de su cuerpo. Su voluntad, férrea, manteniéndose firme ante la adversidad que se erguía frente a él. aún cuando en su interior sabía que estaba en desventaja.