17/06/2018, 01:31
Shenfu Kano se adentró en el oscuro y apestoso almacén. Casi vacío por completo, y apestando a mil demonios. Una extraña combinación entre un olor dulzón terriblemente empalagoso; orina; y sudor. Una bomba para su olfato, en definitiva, peor que cuando abría un huevo podrido en medio de la cocina.
En el suelo halló uno de los responsables a semejante olor. El cuerpo de un chico, muerto. Un charco de sangre y orina le rodeaba. No supo si se había meado antes de morirse o después. Ahora que se fijaba, creía que también se había cagado.
—¡Pero si es el chico de ayer! —exclamó, horrorizado. Conocía aquel rostro. Había hecho las pruebas para camarero el día anterior.
Sacudió la cabeza. Ahora no podía centrarse en él. Recorrió la mirada por el resto del interior y halló un carrito con un gran bulto envuelto en vendas. Medía más de metro y medio, y tenía una especie de sello pegado encima.
¿La ley? No, si él hubiese sido la ley, estaría rodeado de toda una guardia. No reconoció bandana alguna en su indumentaria, pero por cómo manejaba la katana, el jutsu que le acababa de lanzar y el característico portaobjetos de su cadera, debía de ser un ninja. Afiliado a alguna Villa o un mercenario. En realidad, ¿cuál era la diferencia?
Katame hacía tiempo que no lo sabía. Lo que sí sabía, es que debía cortar aquella mala hierba de raíz. Si había decidido partir aquella noche, era precisamente por si surgía algún imprevisto. Como eran las fiestas, la guardia y la gente se amontonaría en la ciudad, dándole vía libre. Tampoco llamaría la atención si se oían un par de explosiones… Al fin y al cabo, Taikarune iba a estar plagada de fuegos artificiales.
Pero, aun así, debía de ser precavido. Mejor no usar su Katon.
—Hace tiempo que estoy por encima de la ley —respondió. Y de pronto dos pasos, tan rápidos que avergonzaría al propio relámpago, mientras alargaba un brazo para trazar un arco con él, como si fuese una espada, con los dedos índice y corazón extendidos…
… y creando una ráfaga mortal que avanzaría hacia el shinobi como el tajo de una katana.
En el suelo halló uno de los responsables a semejante olor. El cuerpo de un chico, muerto. Un charco de sangre y orina le rodeaba. No supo si se había meado antes de morirse o después. Ahora que se fijaba, creía que también se había cagado.
—¡Pero si es el chico de ayer! —exclamó, horrorizado. Conocía aquel rostro. Había hecho las pruebas para camarero el día anterior.
Sacudió la cabeza. Ahora no podía centrarse en él. Recorrió la mirada por el resto del interior y halló un carrito con un gran bulto envuelto en vendas. Medía más de metro y medio, y tenía una especie de sello pegado encima.
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¿La ley? No, si él hubiese sido la ley, estaría rodeado de toda una guardia. No reconoció bandana alguna en su indumentaria, pero por cómo manejaba la katana, el jutsu que le acababa de lanzar y el característico portaobjetos de su cadera, debía de ser un ninja. Afiliado a alguna Villa o un mercenario. En realidad, ¿cuál era la diferencia?
Katame hacía tiempo que no lo sabía. Lo que sí sabía, es que debía cortar aquella mala hierba de raíz. Si había decidido partir aquella noche, era precisamente por si surgía algún imprevisto. Como eran las fiestas, la guardia y la gente se amontonaría en la ciudad, dándole vía libre. Tampoco llamaría la atención si se oían un par de explosiones… Al fin y al cabo, Taikarune iba a estar plagada de fuegos artificiales.
Pero, aun así, debía de ser precavido. Mejor no usar su Katon.
—Hace tiempo que estoy por encima de la ley —respondió. Y de pronto dos pasos, tan rápidos que avergonzaría al propio relámpago, mientras alargaba un brazo para trazar un arco con él, como si fuese una espada, con los dedos índice y corazón extendidos…
… y creando una ráfaga mortal que avanzaría hacia el shinobi como el tajo de una katana.