18/06/2018, 13:44
—¡El carro, Kano!
¿Y dejar que aquel malnacido hiciese daño a su sobrina, que precisamente estaba sobre el carro? Ni loco pensaba hacerlo. Además, ni siquiera era como si tuviese la suficiente agilidad como para intentarlo. Las tres estrellas metálicas impactaron de lleno en su cuerpo. Una en el pecho, otra en el estómago, y una última en el antebrazo. El gran cocinero cayó de culo por el impacto, en un aullido eclipsado por los nuevos fuegos artificiales que invadieron el cielo nocturno de Taikarune.
Al mismo tiempo, Kaido, cual experimentado Uchiha, optó por imitar la estrategia de su adversario. Punto débil por punto débil.
Lo vio venir hacia él, demasiado rápido como para evadirlo. No tirado en el suelo. No con aquella herida en el muslo.
Así pues, hizo lo único que podía hacer: bloquearlo. No tenía nada a mano, y no le daría tiempo a sacar nada de su portaobjetos. Así pues, lo detuvo con su propia piel. Con el antebrazo. El kunai salió rebotado, como si en lugar de carne se hubiese topado con un muro de hormigón.
Entonces apretó los dientes y se irguió, apoyando la mayor parte de su peso en la pierna menos herida. Respirando entrecortadamente, salió cojeando de allí, aunque sin quitar un ojo de Kaido. No hasta que hubiese salido de su rango de visión. Aquel ninja había demostrado ser más que un molesto grano en el culo.
El clon no se preocupó por aquel kunai solitario que el ninja había lanzado a su original. En comparación, era un ardid demasiado simple como para que Katame cayese en él. No obstante, aquello le había servido para comprobar una cosa. Aquel ninja tenía en mucha más alta estima su propia vida que la de su amigo.
—No sabes a quién se la estás jugando, chico. —No solo era a él. Era a una organización mucho más grande que había detrás.
Decidido a poner fin a aquello, sus manos entrelazaron tres rápidos sellos. Inspiró una bocanada de aire y expulsó una gigantesca bola de fuego, que tomando la forma de la parte delantera de un tigre abrió sus fauces contra el Tiburón, dispuesto a engullirle.
Jitsuna aguardaba, comiéndose las uñas y dando vueltas de un lado para otro, la dichosa señal. En el bolsillo de su abrigo, el pergamino que el ninja le había entregado. Nunca le habían caído bien los shinobis, no desde que uno de ellos acabase con la vida de su hermana. Pero, en aquellos momentos, era el único en quien podía confiar.
¿Y si avisaba a la guardia, y estropeaba la infiltración de Kaido, dando como resultado la muerte de su sobrina? No, era un riesgo que no podía correr.
¿Y dejar que aquel malnacido hiciese daño a su sobrina, que precisamente estaba sobre el carro? Ni loco pensaba hacerlo. Además, ni siquiera era como si tuviese la suficiente agilidad como para intentarlo. Las tres estrellas metálicas impactaron de lleno en su cuerpo. Una en el pecho, otra en el estómago, y una última en el antebrazo. El gran cocinero cayó de culo por el impacto, en un aullido eclipsado por los nuevos fuegos artificiales que invadieron el cielo nocturno de Taikarune.
Al mismo tiempo, Kaido, cual experimentado Uchiha, optó por imitar la estrategia de su adversario. Punto débil por punto débil.
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Lo vio venir hacia él, demasiado rápido como para evadirlo. No tirado en el suelo. No con aquella herida en el muslo.
Así pues, hizo lo único que podía hacer: bloquearlo. No tenía nada a mano, y no le daría tiempo a sacar nada de su portaobjetos. Así pues, lo detuvo con su propia piel. Con el antebrazo. El kunai salió rebotado, como si en lugar de carne se hubiese topado con un muro de hormigón.
Entonces apretó los dientes y se irguió, apoyando la mayor parte de su peso en la pierna menos herida. Respirando entrecortadamente, salió cojeando de allí, aunque sin quitar un ojo de Kaido. No hasta que hubiese salido de su rango de visión. Aquel ninja había demostrado ser más que un molesto grano en el culo.
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El clon no se preocupó por aquel kunai solitario que el ninja había lanzado a su original. En comparación, era un ardid demasiado simple como para que Katame cayese en él. No obstante, aquello le había servido para comprobar una cosa. Aquel ninja tenía en mucha más alta estima su propia vida que la de su amigo.
—No sabes a quién se la estás jugando, chico. —No solo era a él. Era a una organización mucho más grande que había detrás.
Decidido a poner fin a aquello, sus manos entrelazaron tres rápidos sellos. Inspiró una bocanada de aire y expulsó una gigantesca bola de fuego, que tomando la forma de la parte delantera de un tigre abrió sus fauces contra el Tiburón, dispuesto a engullirle.
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Jitsuna aguardaba, comiéndose las uñas y dando vueltas de un lado para otro, la dichosa señal. En el bolsillo de su abrigo, el pergamino que el ninja le había entregado. Nunca le habían caído bien los shinobis, no desde que uno de ellos acabase con la vida de su hermana. Pero, en aquellos momentos, era el único en quien podía confiar.
¿Y si avisaba a la guardia, y estropeaba la infiltración de Kaido, dando como resultado la muerte de su sobrina? No, era un riesgo que no podía correr.