20/06/2018, 20:23
Ojo por ojo. Esa había sido la premisa que desencadenaría aquel fatídico desenlace en el que Shenfu Kano recibió tres estrellas ninja a mansalva. Kaido esperaba que aquel súbito sacrificio, motivado por un objetivo tan circunstancial como el obtener la victoria en aquel enfrentamiento, pudiera ver sus frutos a través de su propia kunai, que avanzó mortífera y certera hasta el más magullado de los Katame.
Pero muy a su pesar, Kaido había cometido el mismo error que el dragón al inicio del enfrentamiento. Le había subestimado, confiando en su aspecto moribundo.
¡Clank! como si su brazo se hubiera revestido del acero más puro, la extremidad funcionó como una poderosa armadura que repelió el arma y le permitió sobreponerse a sus heridas. Y tal como un dragón cuyas alas no se encuentran en condiciones de tomar vuelo, tuvo que arrastrarse por el suelo, cojeando, en un último intento de salvación.
Kaido le vio abandonar su posición y tuvo toda la motivación de ir a por él y acabar de una vez por todas aquel combate, pero nuevamente, el clon se interpondría en su camino.
—No sabes a quién se la estás jugando, chico.
—¡Tú tampoco, gilipollas! —espetó, con su voluntad ardiendo al máximo. Con cada milésima de su cuerpo expeliendo su orgullo de Amejin, que aunque su bandana no adornara ahora su frente, en ese preciso instante; se sintió más ninja que nunca. Porque ahora mismo no era sólo Kaido contra un mercenario de alguna mafia.
Eran Kaido, Mogura, Daruu, Ayame. Era Yui.
Eran Amegakure. Y Amegakure, como la más poderosas de las tormentas, no podría temerle nunca a la ínfima llama de un dragón.
El gyojin dio dos pasos certeros en los que acortó la distancia, juntando sus manos y disponiendo de ambos brazos hacia adelante. El choque se suscitó finalmente, dando paso a una épica colisión de elementos donde el tigre de fuego, deseoso de engullir a su presa, ahora recibía los confortantes y cálidos alaridos del mar mismo. El cuerpo de Kaido se convirtió entonces en un tifón que desprendía vapor por el choque contra las llamas, dejando una estela de humo que cubriría su siguiente movimiento.
Y es que, como si de un geiser se tratara, el vapor se rompió ante la imponente figura de un tiburón de agua y chakra brillante que recortó con gran velocidad los apenas tres metros que les distanciaba. Y sobre él, cual guerrero sobre su corcel, yacía Kaido señalando la vanguardia a su bestia, que hambrienta, iba a comerse a Katame hasta que no quedara nada de él.
Pero muy a su pesar, Kaido había cometido el mismo error que el dragón al inicio del enfrentamiento. Le había subestimado, confiando en su aspecto moribundo.
¡Clank! como si su brazo se hubiera revestido del acero más puro, la extremidad funcionó como una poderosa armadura que repelió el arma y le permitió sobreponerse a sus heridas. Y tal como un dragón cuyas alas no se encuentran en condiciones de tomar vuelo, tuvo que arrastrarse por el suelo, cojeando, en un último intento de salvación.
Kaido le vio abandonar su posición y tuvo toda la motivación de ir a por él y acabar de una vez por todas aquel combate, pero nuevamente, el clon se interpondría en su camino.
—No sabes a quién se la estás jugando, chico.
—¡Tú tampoco, gilipollas! —espetó, con su voluntad ardiendo al máximo. Con cada milésima de su cuerpo expeliendo su orgullo de Amejin, que aunque su bandana no adornara ahora su frente, en ese preciso instante; se sintió más ninja que nunca. Porque ahora mismo no era sólo Kaido contra un mercenario de alguna mafia.
Eran Kaido, Mogura, Daruu, Ayame. Era Yui.
Eran Amegakure. Y Amegakure, como la más poderosas de las tormentas, no podría temerle nunca a la ínfima llama de un dragón.
El gyojin dio dos pasos certeros en los que acortó la distancia, juntando sus manos y disponiendo de ambos brazos hacia adelante. El choque se suscitó finalmente, dando paso a una épica colisión de elementos donde el tigre de fuego, deseoso de engullir a su presa, ahora recibía los confortantes y cálidos alaridos del mar mismo. El cuerpo de Kaido se convirtió entonces en un tifón que desprendía vapor por el choque contra las llamas, dejando una estela de humo que cubriría su siguiente movimiento.
Y es que, como si de un geiser se tratara, el vapor se rompió ante la imponente figura de un tiburón de agua y chakra brillante que recortó con gran velocidad los apenas tres metros que les distanciaba. Y sobre él, cual guerrero sobre su corcel, yacía Kaido señalando la vanguardia a su bestia, que hambrienta, iba a comerse a Katame hasta que no quedara nada de él.
«¡Suiton: Suikōdan no Jutsu!»