21/06/2018, 13:19
Los guardias los observaban con desconfianza, sus ojos dando calculados saltos entre Etsu, Akane, Karma y el cadáver. Sobretodo el cadáver.
—Hidetaka-dono, los hitai-ate... los dos son ninjas... —remarcó uno de los hombres uniformados, el que estaba a la derecha del primero que habló.
—Me he dado cuenta —respondió con seriedad, sin sonar sarcástico, independientemente de que su comentario podía ser tomado como tal—. Uzushiogakure y Kusagakure... ¡Esto es Tankazu Gai! ¿No teníais mejor lugar para pelearos y acabar matando a uno de nuestros ciudadanos en el proceso, chavales?
—¡No! —intervino Karma, extendiendo un brazo y la palma de este en línea recta, haciendo un gesto suplicante, que rogaba que contuviesen sus precipitadas conclusiones—. ¡Este chico dice la verdad! ¡El cadáver se me ha caído encima, ha venido de ahí!
La genin señaló la ventana rota del edificio de apartamentos. El guardia central —que era capitán— dirigió una mirada inquisitiva allí a donde el índice de la fémina acusaba. Torció el gesto y quedó pensativo durante unos segundos.
—Esto es lo que vamos a hacer: mis soldados os van a custodiar mientras yo compruebo ese apartamento, a ver por qué está la ventana rota. No quiero que mováis ni un pelo, ¿entendido? Y por supuesto, nada de usar uno de vuestros truquitos ninja.
Karma asintió. Esperaba que Etsu hiciera lo mismo.
Mientras el llamado Hidetaka tendía su naginata a uno de sus hombres y trotaba en dirección al edificio, los otros cuatro rodearon al trío, todavía muy serios, armas en ristre, a apenas un metro de los jóvenes. Uno de ellos rozó al obeso fiambre con el bastón de su lanza y resopló.
—Pobre diablo, lo han jodido a mala hostia.
Ni la uzujin ni el kusajin o su can podrían verlo, pero Hidetaka se introdujo en la escalera del bloque de apartamentos y subió hasta el primer piso. Habían sendas puertas a ambos lados del rellano. La que le interesaba al militar era la izquierda. Haciendo gala de su impecable forma física, la echó a abajo al segundo placaje.
Lo que el capitán encontró dentro le produjo una mueca de asco así como una punzada de horror en la espalda. Era un hombre de mundo, era un soldado. Había sido herido, había matado y había visto a sus compañeros morir. Pero lo que había en el interior de aquella habitación era más malvado que una simple herida recibida en el campo de batalla, por muy grotesca que fuese.
—¡Que Izanagi nos proteja...!
El rostro de Hidetaka se asomó entre los cristales rajados del ventanal. Se podía apreciar una ligera palidez en su faz, aunque desde la distancia hasta la calle ya tenía uno que ser muy perceptivo para percatarse de ello.
—¡Dejad a los ninjas! ¡Mitsunari, súbelos aquí y trae el cadáver! ¡El resto, cerrad el perímetro y montad guardia! ¡Alejad a cualquiera que se acerque, y si véis a alguien sospechoso, apresadlo sin dudar! —el capitán lanzó las órdenes a viva voz, con autoridad y eficiencia.
Los soldados respondieron con un vivaz "¡Sí, señor!" y se pusieron manos a la obra. Mitsunari era el mismo que había mencionado los protectores con los emblemas de las villas.
—Ya habéis escuchado al capitán. ¡En marcha!
Karma se levantó, pero fue dar un paso al frente y casi perder el equilibrio. El tobillo derecho le ardía como mil demonios, y le costaba una barbaridad mantenerlo recto a la hora de caminar.
—Joder, me lo he debido de torcer al caer... —suspiró, molesta, más por lo impráctico de la lesión que por el dolor.
—Maldita sea... ¡tú! —señaló a Etsu—. Ayuda a tu amiguita a subir. Tener que cargar con el gordo este yo solo... maldita sea...
La kunoichi quedó a la espera de que el kusajin le ofreciese algún tipo de apoyo para caminar, si es que estaba dispuesto a hacerlo. Mientras todo esto acontecía, Mitsunari agarró al muerto de las muñecas y, resollando como quien carga con ciencuenta kilos de arroz sin un carro, tiró de él, acercándolo lenta pero inexorablemente a la puerta de entrada a los apartamentos.
—Lo siento...
—Hidetaka-dono, los hitai-ate... los dos son ninjas... —remarcó uno de los hombres uniformados, el que estaba a la derecha del primero que habló.
—Me he dado cuenta —respondió con seriedad, sin sonar sarcástico, independientemente de que su comentario podía ser tomado como tal—. Uzushiogakure y Kusagakure... ¡Esto es Tankazu Gai! ¿No teníais mejor lugar para pelearos y acabar matando a uno de nuestros ciudadanos en el proceso, chavales?
—¡No! —intervino Karma, extendiendo un brazo y la palma de este en línea recta, haciendo un gesto suplicante, que rogaba que contuviesen sus precipitadas conclusiones—. ¡Este chico dice la verdad! ¡El cadáver se me ha caído encima, ha venido de ahí!
La genin señaló la ventana rota del edificio de apartamentos. El guardia central —que era capitán— dirigió una mirada inquisitiva allí a donde el índice de la fémina acusaba. Torció el gesto y quedó pensativo durante unos segundos.
—Esto es lo que vamos a hacer: mis soldados os van a custodiar mientras yo compruebo ese apartamento, a ver por qué está la ventana rota. No quiero que mováis ni un pelo, ¿entendido? Y por supuesto, nada de usar uno de vuestros truquitos ninja.
Karma asintió. Esperaba que Etsu hiciera lo mismo.
Mientras el llamado Hidetaka tendía su naginata a uno de sus hombres y trotaba en dirección al edificio, los otros cuatro rodearon al trío, todavía muy serios, armas en ristre, a apenas un metro de los jóvenes. Uno de ellos rozó al obeso fiambre con el bastón de su lanza y resopló.
—Pobre diablo, lo han jodido a mala hostia.
Ni la uzujin ni el kusajin o su can podrían verlo, pero Hidetaka se introdujo en la escalera del bloque de apartamentos y subió hasta el primer piso. Habían sendas puertas a ambos lados del rellano. La que le interesaba al militar era la izquierda. Haciendo gala de su impecable forma física, la echó a abajo al segundo placaje.
Lo que el capitán encontró dentro le produjo una mueca de asco así como una punzada de horror en la espalda. Era un hombre de mundo, era un soldado. Había sido herido, había matado y había visto a sus compañeros morir. Pero lo que había en el interior de aquella habitación era más malvado que una simple herida recibida en el campo de batalla, por muy grotesca que fuese.
—¡Que Izanagi nos proteja...!
El rostro de Hidetaka se asomó entre los cristales rajados del ventanal. Se podía apreciar una ligera palidez en su faz, aunque desde la distancia hasta la calle ya tenía uno que ser muy perceptivo para percatarse de ello.
—¡Dejad a los ninjas! ¡Mitsunari, súbelos aquí y trae el cadáver! ¡El resto, cerrad el perímetro y montad guardia! ¡Alejad a cualquiera que se acerque, y si véis a alguien sospechoso, apresadlo sin dudar! —el capitán lanzó las órdenes a viva voz, con autoridad y eficiencia.
Los soldados respondieron con un vivaz "¡Sí, señor!" y se pusieron manos a la obra. Mitsunari era el mismo que había mencionado los protectores con los emblemas de las villas.
—Ya habéis escuchado al capitán. ¡En marcha!
Karma se levantó, pero fue dar un paso al frente y casi perder el equilibrio. El tobillo derecho le ardía como mil demonios, y le costaba una barbaridad mantenerlo recto a la hora de caminar.
—Joder, me lo he debido de torcer al caer... —suspiró, molesta, más por lo impráctico de la lesión que por el dolor.
—Maldita sea... ¡tú! —señaló a Etsu—. Ayuda a tu amiguita a subir. Tener que cargar con el gordo este yo solo... maldita sea...
La kunoichi quedó a la espera de que el kusajin le ofreciese algún tipo de apoyo para caminar, si es que estaba dispuesto a hacerlo. Mientras todo esto acontecía, Mitsunari agarró al muerto de las muñecas y, resollando como quien carga con ciencuenta kilos de arroz sin un carro, tiró de él, acercándolo lenta pero inexorablemente a la puerta de entrada a los apartamentos.
—Lo siento...