25/06/2018, 22:25
El perro se transformó frente a la médica y el soldado, que dejaron entrever su sorpresa casi al unísono. Para Karma no habría sido tan extraño si hubiera sido una técnica de clonación como el Bunshin no Jutsu o el Kage Bunshin no Jutsu, pero en esa instancia el transformado era Akane, haciendo gala de un perfil casi idéntico al de su dueño. La joven no sabía nada sobre las técnicas Inuzuka y sus entresijos.
—¡Cojones! ¡Mira que los ninjas sois raros! —afirmó de sopetón. Había parado de arrastrar el cuerpo para ser testigo del "espectáculo"—. Bueno, ¡a caballo regalado no le mires el dentado, eh! Agarra de las piernas.
Y continuó transportando al muerto, esta vez con ayuda.
Karma se apoyó sobre Etsu, pero no tardó en sentirse incómoda. El contacto físico con otros seres humanos nunca había sido de su agrado; la única excepción se da durante una pelea, donde la adrenalina lo acalla todo. Y aún así, la genin acostumbra a mantener las distancias durante los enfrentamientos como parte de sus estrategias habituales. Si esto es un impulso nacido de su naturaleza esquiva o una auténtica decisión racional, la pelivioleta nunca lo ha tenido claro.
Pero la genin tragó y junto al joven de las rastas subieron hasta el primer piso antes que Mitsunari, Akane y el fiambre, a pesar de que Karma cojeó a lo largo de todo el camino. Allí estaba Hidetaka, en el centro de la habitación, con los brazos cruzados; se le podía ver desde el rellano. Y en el interior...
El habitáculo apestaba. Olía a sangre, ese aroma a hierro que se pega a todo. Pero había otro "aroma" en el ambiente, algo más repugnante que el líquido vital.
Era un apartamento de forma cuadrada y reducidas dimensiones, no más de cinco metros de alto y cinco metros de ancho; debía de ser barato. El suelo era de tatami verde oscuro, viejo y desgastado. Las paredes de cemento gris.
A la izquierda el ventanal roto; bajo este un escritorio de madera y una silla a juego. Junto al ya mencionado, un caballete de pintura sin lienzo y varios botes de tinta, grandes, a sus pies. Eran de distintas tonalidades: negro, azul, amarillo, blanco...
Al frente había un armario empotrado de puertas correderas fabricadas en papel de arroz a la vieja usanza, a su derecha una humilde puerta de madera. En la parte inferior izquierda había una cocina compuesta por una nevera, unos fogones y una encimera con dos cajones; todo ello destartalado.
A la derecha, contra la pared, un robusto mueble de cajones que gozaba de cinco de ellos, rectangulares. Cuatro de los cinco —a excepción del más inferior— habían sido arrancados y desperdigados por toda la habitación, al igual que su contenido: herramientas de artista, tales como pinceles, cinceles, martillos, paletas de madera, brochas gordas, plumas, papel, etcétera. Parecía que había material de sobra para un escritor, un escultor y un pintor.
También se podían observar manchas de sangre diseminadas de forma caótica: por el suelo, por las paredes...
Y sobre el mueble de cajones, pintado en la pared, enorme...
Un kanji: "vida". Rojo como la sangre, como un mal presagio. Lo habían dibujado con trazos confiados y rectos.
Hidetaka lo estaba mirando, sus brazos cruzados.
—Esto no es Shinogi-To, pero ocurren cosas, como en cualquier ciudad... a veces alguien asesina a alguien, especialmente por dinero. ¿Pero esto? —señaló a algo que reposaba encima del mueble de cajones—. Esto es nuevo, y no me gusta nada.
Eran tripas, intestinos; probablemente los del cadáver. Estaban apiladas, como si fuesen una ofrenda para el kanji. No estaban todas, porque al gordo aún le quedaban algunas colgando sobre el estómago, pero sí la mayoría.
—¡Cojones! ¡Mira que los ninjas sois raros! —afirmó de sopetón. Había parado de arrastrar el cuerpo para ser testigo del "espectáculo"—. Bueno, ¡a caballo regalado no le mires el dentado, eh! Agarra de las piernas.
Y continuó transportando al muerto, esta vez con ayuda.
Karma se apoyó sobre Etsu, pero no tardó en sentirse incómoda. El contacto físico con otros seres humanos nunca había sido de su agrado; la única excepción se da durante una pelea, donde la adrenalina lo acalla todo. Y aún así, la genin acostumbra a mantener las distancias durante los enfrentamientos como parte de sus estrategias habituales. Si esto es un impulso nacido de su naturaleza esquiva o una auténtica decisión racional, la pelivioleta nunca lo ha tenido claro.
Pero la genin tragó y junto al joven de las rastas subieron hasta el primer piso antes que Mitsunari, Akane y el fiambre, a pesar de que Karma cojeó a lo largo de todo el camino. Allí estaba Hidetaka, en el centro de la habitación, con los brazos cruzados; se le podía ver desde el rellano. Y en el interior...
El habitáculo apestaba. Olía a sangre, ese aroma a hierro que se pega a todo. Pero había otro "aroma" en el ambiente, algo más repugnante que el líquido vital.
Era un apartamento de forma cuadrada y reducidas dimensiones, no más de cinco metros de alto y cinco metros de ancho; debía de ser barato. El suelo era de tatami verde oscuro, viejo y desgastado. Las paredes de cemento gris.
A la izquierda el ventanal roto; bajo este un escritorio de madera y una silla a juego. Junto al ya mencionado, un caballete de pintura sin lienzo y varios botes de tinta, grandes, a sus pies. Eran de distintas tonalidades: negro, azul, amarillo, blanco...
Al frente había un armario empotrado de puertas correderas fabricadas en papel de arroz a la vieja usanza, a su derecha una humilde puerta de madera. En la parte inferior izquierda había una cocina compuesta por una nevera, unos fogones y una encimera con dos cajones; todo ello destartalado.
A la derecha, contra la pared, un robusto mueble de cajones que gozaba de cinco de ellos, rectangulares. Cuatro de los cinco —a excepción del más inferior— habían sido arrancados y desperdigados por toda la habitación, al igual que su contenido: herramientas de artista, tales como pinceles, cinceles, martillos, paletas de madera, brochas gordas, plumas, papel, etcétera. Parecía que había material de sobra para un escritor, un escultor y un pintor.
También se podían observar manchas de sangre diseminadas de forma caótica: por el suelo, por las paredes...
Y sobre el mueble de cajones, pintado en la pared, enorme...
生
Un kanji: "vida". Rojo como la sangre, como un mal presagio. Lo habían dibujado con trazos confiados y rectos.
Hidetaka lo estaba mirando, sus brazos cruzados.
—Esto no es Shinogi-To, pero ocurren cosas, como en cualquier ciudad... a veces alguien asesina a alguien, especialmente por dinero. ¿Pero esto? —señaló a algo que reposaba encima del mueble de cajones—. Esto es nuevo, y no me gusta nada.
Eran tripas, intestinos; probablemente los del cadáver. Estaban apiladas, como si fuesen una ofrenda para el kanji. No estaban todas, porque al gordo aún le quedaban algunas colgando sobre el estómago, pero sí la mayoría.