1/07/2018, 03:10
(Última modificación: 1/07/2018, 03:11 por Umikiba Kaido.)
Suerte. Kaido negó con la cabeza. La suerte era para los débiles, digna de aquellos que no podían labrarse caminos por su cuenta. Y hablando de caminos, el gyojin ignoró las alabanzas de Kano y tomó rumbo hacia su más imperioso destino al ritmo de los ahora lejanos ¡bam bam bam!
El escualo se dirigió hacia los linderos del puerto, sirviéndole como guía dos rastros inequívocos como lo eran la sangre de Katame y las huellas que dejaban los cascos del caballo unido a la carretilla con la droga. Siguiendo estos rastros, el amejin acabó en el inconfundible muelle de Taikarune, y pudo observar allá a lo lejos a Baratie.
Pero la hija de Kano ya no resultaba ser una apacible e inamovible nave que servía como templo a la mejor comida del País del Fuego, sino que ahora lucía liberada, y los vientos nocturnos de primavera susurraban plácidamente a la vela que ahora yacía izada. Kaido apretó los dientes y echó a correr, tanto como pudo, y se lanzó de cabeza al agua. Desapareciendo en las profundidades de un mar tan oscuro como la mismísima noche.
Escurriéndose, el amejin se infiltró en el interior de Baratie por el costado exterior del casco, colgado de éste. El sígilo pareció ser su mayor preocupación, todo mientras buscaba silente el compartimiento en proa donde se podía accionar el ancla. Una vez pudiera detener el barco, enfrentaría el verdadero problema. Ahora era prioritario no alejarse más de la costa.
1 AO
El escualo se dirigió hacia los linderos del puerto, sirviéndole como guía dos rastros inequívocos como lo eran la sangre de Katame y las huellas que dejaban los cascos del caballo unido a la carretilla con la droga. Siguiendo estos rastros, el amejin acabó en el inconfundible muelle de Taikarune, y pudo observar allá a lo lejos a Baratie.
Pero la hija de Kano ya no resultaba ser una apacible e inamovible nave que servía como templo a la mejor comida del País del Fuego, sino que ahora lucía liberada, y los vientos nocturnos de primavera susurraban plácidamente a la vela que ahora yacía izada. Kaido apretó los dientes y echó a correr, tanto como pudo, y se lanzó de cabeza al agua. Desapareciendo en las profundidades de un mar tan oscuro como la mismísima noche.
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Escurriéndose, el amejin se infiltró en el interior de Baratie por el costado exterior del casco, colgado de éste. El sígilo pareció ser su mayor preocupación, todo mientras buscaba silente el compartimiento en proa donde se podía accionar el ancla. Una vez pudiera detener el barco, enfrentaría el verdadero problema. Ahora era prioritario no alejarse más de la costa.
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