2/07/2018, 01:13
—Kaido de Amegakure, estás muerto —se atrevió a decir Katame. Kaido sonrió con más efusividad y negó con la cabeza, con los cojones de no estar para nada de acuerdo con esa premisa. Él no iba a morir esa noche, ni a la siguiente. Aún era muy pronto —. Ninjas más grandes y más fuertes han osado enfrentarse a Dragón Rojo, ¡y están todos en el cementerio!. Por mi espada o por la de un hermano, ¡tus días están contados!
—Una lástima que yo no sea como cualquier otro ninja. Yo soy el ¡Tiburón de Amegakure, hijo de la gran puta!
El miembro de Dragón Rojo ejecutó una serie de sellos, se mordió el pulgar y clavó sus manos contra babor. Entonces una gran estela de humo cubrió parte de la zona, aunque se despejó en cuanto el viento se arremolinó ante la apertura de un par de enormes alas grisáceas. Era un jodido buitre, enorme y de aspecto sombrío.
Kaido maldijo para sus adentros, mientras que sus manos acariciaron su espalda en un movimiento de incógnito. Dio un paso atrás, luego dos, y otro con cada centímetro de altura que fuera ganando la bestia alada de aspecto gutural que Katame se había sacado de la manga. Montado sobre él, el dragón se enardeció pensando tener la absoluta ventaja y volvió a soltar una de sus amenazas rastreras. El escualo mantuvo la distancia, con los oídos haciéndose los necios y tratando de mantener la cabeza bien fría. Le iba a echar en falta.
Otro paso, luego otro. Hasta que su espalda tocó la baranda de proa.
Fue entonces cuando el buitre despegó y avanzó con sus garras por delante, muy dispuestas a capturar a su presa y así poder devorar sus carnes. Kaido mantuvo la compostura con las piernas ligeramente flexionadas, y esperó al momento oportuno en el que las patas del animal fueran casi a alcanzarle y ... se lanzó al agua.
En plena caída, y con sus pies plenamente cubiertos con chakra para amortizar el descenso; salió un shuriken despavorido que se arremolinó en el cartílago que unía el ala izquierda del buitre con su tronco corporal, y que sintió un sopetón poderoso patrocinado por la fuerza de Kaido, que ya había puesto sus pies en el mar oscuro. Resulta que en aquel shuriken había un hilo atado que ahora se tensaba fuertemente en una de las partes más delicadas de aquel animal, escudriñándose entre las plumas y cuya única función sería obligar a que esa ala perdiera el aire bajo suyo.
—Una lástima que yo no sea como cualquier otro ninja. Yo soy el ¡Tiburón de Amegakure, hijo de la gran puta!
El miembro de Dragón Rojo ejecutó una serie de sellos, se mordió el pulgar y clavó sus manos contra babor. Entonces una gran estela de humo cubrió parte de la zona, aunque se despejó en cuanto el viento se arremolinó ante la apertura de un par de enormes alas grisáceas. Era un jodido buitre, enorme y de aspecto sombrío.
Kaido maldijo para sus adentros, mientras que sus manos acariciaron su espalda en un movimiento de incógnito. Dio un paso atrás, luego dos, y otro con cada centímetro de altura que fuera ganando la bestia alada de aspecto gutural que Katame se había sacado de la manga. Montado sobre él, el dragón se enardeció pensando tener la absoluta ventaja y volvió a soltar una de sus amenazas rastreras. El escualo mantuvo la distancia, con los oídos haciéndose los necios y tratando de mantener la cabeza bien fría. Le iba a echar en falta.
Otro paso, luego otro. Hasta que su espalda tocó la baranda de proa.
Fue entonces cuando el buitre despegó y avanzó con sus garras por delante, muy dispuestas a capturar a su presa y así poder devorar sus carnes. Kaido mantuvo la compostura con las piernas ligeramente flexionadas, y esperó al momento oportuno en el que las patas del animal fueran casi a alcanzarle y ... se lanzó al agua.
En plena caída, y con sus pies plenamente cubiertos con chakra para amortizar el descenso; salió un shuriken despavorido que se arremolinó en el cartílago que unía el ala izquierda del buitre con su tronco corporal, y que sintió un sopetón poderoso patrocinado por la fuerza de Kaido, que ya había puesto sus pies en el mar oscuro. Resulta que en aquel shuriken había un hilo atado que ahora se tensaba fuertemente en una de las partes más delicadas de aquel animal, escudriñándose entre las plumas y cuya única función sería obligar a que esa ala perdiera el aire bajo suyo.