8/07/2018, 13:21
Pero era demasiado tarde… Demasiado tarde. La bomba de humo tenía una ventaja y una desventaja: permite ocultarte de tu enemigo; pero también te impide verle. Los mejores ninjas son aquellos que exprimen al máximo dicha ventaja y minimizan el hándicap. Kaido lo era, lo había demostrado durante toda la noche, a lo largo de aquel combate.
Pero hasta los mejores se equivocan a veces.
En una situación normal, un fallo te jode una simple partida. Te hace perder unos cuantos ryos. Te hace llegar tarde a una cita. No para un ninja. A un ninja lo condena. A un ninja lo mata. Eso es lo único que se necesita para perecer en esta profesión: un simple error.
Kaido había dejado de respirar, pero había notado como el humo se intensificaba. Lo había notado, sí, y había retrocedido por ello. Pero era demasiado tarde. Tendría que haberlo hecho antes, cuando había oído el frasco. Seguramente, incluso antes, cuando Katame lo había lanzado. Pero, ¿cómo hacerlo si su propia cortina de humo le impedía verle?
El amejin retrocedió, mientras dejaba que su cuerpo se licuase, pero algo más sucedió en él. Al principio, un leve hormigueo. Luego, un auténtico escozor, como si hubiese caído desnudo en un matojo de ortigas. Le picaba, especialmente, de cadera para abajo. En los pies, en cada poro de piel de sus piernas.
Perdió la transformación, incapaz de mantener la técnica, y su cuerpo volvió a surgir en la cubierta del barco Baratie. El humo —el de su kemuridama y la picadura de mosquito— había desaparecido, y Katame le observaba a siete metros de distancia.
—Esto se ha acabado —sentenció Katame—. ¡Quebrantahuesos, muéstrale por qué te llaman así!
El buitre apareció por sorpresa sobre él, tomándole con las garras por la espalda y alzando el vuelo. Sus poderosas zarpas se fueron clavando cada vez más en su piel mientras el ave continuaba en su ascenso. Subía y subía hacia las nubes, al mismo tiempo que avanzaba hacia el puerto.
Necesitaba estar sobre terreno sólido y no agua para lo que estaba a punto de hacer…
Pero hasta los mejores se equivocan a veces.
En una situación normal, un fallo te jode una simple partida. Te hace perder unos cuantos ryos. Te hace llegar tarde a una cita. No para un ninja. A un ninja lo condena. A un ninja lo mata. Eso es lo único que se necesita para perecer en esta profesión: un simple error.
Kaido había dejado de respirar, pero había notado como el humo se intensificaba. Lo había notado, sí, y había retrocedido por ello. Pero era demasiado tarde. Tendría que haberlo hecho antes, cuando había oído el frasco. Seguramente, incluso antes, cuando Katame lo había lanzado. Pero, ¿cómo hacerlo si su propia cortina de humo le impedía verle?
El amejin retrocedió, mientras dejaba que su cuerpo se licuase, pero algo más sucedió en él. Al principio, un leve hormigueo. Luego, un auténtico escozor, como si hubiese caído desnudo en un matojo de ortigas. Le picaba, especialmente, de cadera para abajo. En los pies, en cada poro de piel de sus piernas.
Perdió la transformación, incapaz de mantener la técnica, y su cuerpo volvió a surgir en la cubierta del barco Baratie. El humo —el de su kemuridama y la picadura de mosquito— había desaparecido, y Katame le observaba a siete metros de distancia.
—Esto se ha acabado —sentenció Katame—. ¡Quebrantahuesos, muéstrale por qué te llaman así!
El buitre apareció por sorpresa sobre él, tomándole con las garras por la espalda y alzando el vuelo. Sus poderosas zarpas se fueron clavando cada vez más en su piel mientras el ave continuaba en su ascenso. Subía y subía hacia las nubes, al mismo tiempo que avanzaba hacia el puerto.
Necesitaba estar sobre terreno sólido y no agua para lo que estaba a punto de hacer…