9/07/2018, 17:13
Y claro que huía. No tenía de otra. Con su energía limitada, el cansancio haciendo mella en su voluntad y aquella picazón aún impidiéndole revitalizar sus movimientos con chakra evitaban que pudiera luchar para vivir. Su única oportunidad pasaban por esperar el momento más oportuno donde los efectos del veneno no le quebraran alguna estrategia. Porque tanto él como Katame tenían, probablemente, un último golpe. La última chance de alcanzar la victoria más absoluta. Y de vivir un día más, con lo sagrado que supone ser un nuevo amanecer en una profesión como la de aquellos.
El sonido del hierro de su espada atizando la madera del camarote inferior le dio una idea de lo que estaba a punto de suceder. No sabía qué, ni en qué forma, pero bien que lo entendió cuando una de las primeras balas atizó uno de los tablones detrás de los que se escondía él. Semejante estruendo fue lo que le obligó a arrojarse de cabeza por detrás de una de las barras de bebidas, donde un par de balas habrán destruido al menos una docena de botellas de alcohol, entre ellos los vinos y champagne más costosos de todo Oonindo. Kano iba a estar jodidamente furioso.
El líquido se desparramó por toda la plataforma de servicio y se hizo un silencio lúgubre en cuanto los vidrios dejaron de repicar entre sí, como tambores que anunciaban una tragedia.
Entonces el agua se alzó como si el mesías así lo hubiera pedido, y sendas burbujas de carácter aceitoso emergieron por encima de la barra; que coincidieron además con un sprint de su usuario. Fueron tres burbujas que avanzaron pletóricas, una enviada directamente al pecho de Katame, otra a su extremo izquierdo, y otra a su extremo derecho.
El sonido del hierro de su espada atizando la madera del camarote inferior le dio una idea de lo que estaba a punto de suceder. No sabía qué, ni en qué forma, pero bien que lo entendió cuando una de las primeras balas atizó uno de los tablones detrás de los que se escondía él. Semejante estruendo fue lo que le obligó a arrojarse de cabeza por detrás de una de las barras de bebidas, donde un par de balas habrán destruido al menos una docena de botellas de alcohol, entre ellos los vinos y champagne más costosos de todo Oonindo. Kano iba a estar jodidamente furioso.
El líquido se desparramó por toda la plataforma de servicio y se hizo un silencio lúgubre en cuanto los vidrios dejaron de repicar entre sí, como tambores que anunciaban una tragedia.
Entonces el agua se alzó como si el mesías así lo hubiera pedido, y sendas burbujas de carácter aceitoso emergieron por encima de la barra; que coincidieron además con un sprint de su usuario. Fueron tres burbujas que avanzaron pletóricas, una enviada directamente al pecho de Katame, otra a su extremo izquierdo, y otra a su extremo derecho.