12/07/2018, 00:49
Un pequeño cate de fiesta en fiesta. Claro. El gyojin rió, a sabiendas de que su petición iba a ser ignorada a la primera de farda. Ni contar durante el resto del festival.
Torció el gesto con resignación y vio a Kano levantarse. Había llegado la hora de despedirse.
Un apretón de mano y otro abrazo fraternal. Luego un vítor de victoria por él, Umikiba Kaido, y lo que no podía faltar. El último de los bam, bam, bam.
—Hasta la próxima, Kano-san —esperaba que la hubiese, desde luego.
La lluvia se ceñía nuevamente sobre él. Se dejó abrazar por las lágrimas de ame no kami y se adentró, impaciente, a su aldea. Primero tuvo que atravesar el largo puente que servía como protección natural en el que algún vigilante chunin verificaría sus datos y anotaría su regreso de la misión, para después atravesar la selva de metal oxidado y acero erguido. Un par de minutos después, con mochila aún reposando en su espalda, dio con el edificio de la Arashikage.
Miró la altura del rascacielo y suspiró. Había pasado qué, ¿una semana? no lo sabía con certeza.
Pero ya estaba en casa. Y nada como aquello.
Se rascó el cuello, ahí en donde Katame tenía a su dragón. Y el subconciente le traicionó en ese entonces, incapaz de él saber nada. Aunque más adelante, quién sabe...
Una vez dentro, se dirigió a la recepción.
—Umikiba Kaido, retornando de una misión —además, el pergamino debidamente firmado que constara el éxito de la misma rodando por el estante.
Torció el gesto con resignación y vio a Kano levantarse. Había llegado la hora de despedirse.
Un apretón de mano y otro abrazo fraternal. Luego un vítor de victoria por él, Umikiba Kaido, y lo que no podía faltar. El último de los bam, bam, bam.
—Hasta la próxima, Kano-san —esperaba que la hubiese, desde luego.
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La lluvia se ceñía nuevamente sobre él. Se dejó abrazar por las lágrimas de ame no kami y se adentró, impaciente, a su aldea. Primero tuvo que atravesar el largo puente que servía como protección natural en el que algún vigilante chunin verificaría sus datos y anotaría su regreso de la misión, para después atravesar la selva de metal oxidado y acero erguido. Un par de minutos después, con mochila aún reposando en su espalda, dio con el edificio de la Arashikage.
Miró la altura del rascacielo y suspiró. Había pasado qué, ¿una semana? no lo sabía con certeza.
Pero ya estaba en casa. Y nada como aquello.
Se rascó el cuello, ahí en donde Katame tenía a su dragón. Y el subconciente le traicionó en ese entonces, incapaz de él saber nada. Aunque más adelante, quién sabe...
Una vez dentro, se dirigió a la recepción.
—Umikiba Kaido, retornando de una misión —además, el pergamino debidamente firmado que constara el éxito de la misma rodando por el estante.