12/07/2018, 17:08
Casi un siete. Datsue había rozado el notable en el examen teórico. Teniendo en cuenta que la anterior vez apenas había superado el suficiente, con un seis pelado, se daba por satisfecho. Sabía que la había cagado en la última pregunta. Que se había relajado demasiado, poniendo algo demasiado simple, demasiado ambiguo.
Con la primera, no obstante, no sabía qué había ocurrido. Según recordaba, había puesto que trataría de convencer a su Uzukage de que aquello era una mala idea, y que, de no conseguir su propósito, expondría el caso a shinobis de rango superior. Empezando por amigos suyos. Pero por la nota que le habían puesto, había fracasado estrepitosamente.
¿Qué esperaban los examinadores que hiciese, entonces? ¿Qué dijese amén al Kage y agachase la cabeza? ¿Qué se opusiese todavía con más fuerza? No lo sabía, y estaba hecho un lío por ello. Al menos Raito les había dado las respuestas correctas una vez corregido.
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en ello. Estaba de nuevo en la Academia, apelotonado junto al resto de aspirantes a Chūnin, escuchando lo que el ninja manco tenía que decirles. Se grabó a fuego en la mente la primera norma: no hacer preguntas hasta finalizar el examen. Luego, tras decir que podían abandonar en cualquier momento, les enseñó la puerta por si alguien se animaba.
Datsue no vio a nadie que se moviese, aunque tampoco se estaba fijando demasiado. Se había encerrado en sí mismo, concentrándose. ¿Sería una prueba práctica parecida a la de Raito? Recordaba que había fallado como un kusareño en combate. Tenía que ponerse las pilas. Dudaba que en aquella ocasión le ascendiesen por el mero hecho de ser un Hermano del Desierto y jinchūriki de la Villa, como sospechaba había pasado la última vez.
Se sobresaltó cuando oyó su nombre, y el número de aula. Su corazón se agitó, mientras avanzaba por el pasillo y giraba a la derecha. Después de la experiencia vivida con Raito, creía que se tomaría aquello de forma tranquila. Sosegada. Pero su cuerpo opinaba de manera distinta.
«Tranquilízate, joder».
Se adentró en el aula que le correspondía, cerrándola tras de sí a la petición de la mujer que había dentro. Aquella voz… le resultaba jodidamente familiar. ¿La habría conocido en las fiestas del Cerezo? Era extraño, no obstante. Uchiha Datsue nunca olvidaba un rostro femenino.
Se sentó en el cojín libre, devolviéndole la sonrisa, amable. Una sonrisa que se congeló en su rostro nada más ver el pin que tenía en el kimono. «No… No puede ser. No me digas que… ¡Oh, nooo!»
Vio los huevos en el plato, y en aquel momento supo que era una trampa. Y que iba a suspender. Quizá algo peor. «¡Mierda, joder, mierda! ¿¡Una ribereña del Sur!? ¡¿Me estás hablando putamente en serio?!»
Con la primera, no obstante, no sabía qué había ocurrido. Según recordaba, había puesto que trataría de convencer a su Uzukage de que aquello era una mala idea, y que, de no conseguir su propósito, expondría el caso a shinobis de rango superior. Empezando por amigos suyos. Pero por la nota que le habían puesto, había fracasado estrepitosamente.
¿Qué esperaban los examinadores que hiciese, entonces? ¿Qué dijese amén al Kage y agachase la cabeza? ¿Qué se opusiese todavía con más fuerza? No lo sabía, y estaba hecho un lío por ello. Al menos Raito les había dado las respuestas correctas una vez corregido.
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en ello. Estaba de nuevo en la Academia, apelotonado junto al resto de aspirantes a Chūnin, escuchando lo que el ninja manco tenía que decirles. Se grabó a fuego en la mente la primera norma: no hacer preguntas hasta finalizar el examen. Luego, tras decir que podían abandonar en cualquier momento, les enseñó la puerta por si alguien se animaba.
Datsue no vio a nadie que se moviese, aunque tampoco se estaba fijando demasiado. Se había encerrado en sí mismo, concentrándose. ¿Sería una prueba práctica parecida a la de Raito? Recordaba que había fallado como un kusareño en combate. Tenía que ponerse las pilas. Dudaba que en aquella ocasión le ascendiesen por el mero hecho de ser un Hermano del Desierto y jinchūriki de la Villa, como sospechaba había pasado la última vez.
Se sobresaltó cuando oyó su nombre, y el número de aula. Su corazón se agitó, mientras avanzaba por el pasillo y giraba a la derecha. Después de la experiencia vivida con Raito, creía que se tomaría aquello de forma tranquila. Sosegada. Pero su cuerpo opinaba de manera distinta.
«Tranquilízate, joder».
Se adentró en el aula que le correspondía, cerrándola tras de sí a la petición de la mujer que había dentro. Aquella voz… le resultaba jodidamente familiar. ¿La habría conocido en las fiestas del Cerezo? Era extraño, no obstante. Uchiha Datsue nunca olvidaba un rostro femenino.
Se sentó en el cojín libre, devolviéndole la sonrisa, amable. Una sonrisa que se congeló en su rostro nada más ver el pin que tenía en el kimono. «No… No puede ser. No me digas que… ¡Oh, nooo!»
Vio los huevos en el plato, y en aquel momento supo que era una trampa. Y que iba a suspender. Quizá algo peor. «¡Mierda, joder, mierda! ¿¡Una ribereña del Sur!? ¡¿Me estás hablando putamente en serio?!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado