13/07/2018, 12:05
Tras una semana de descanso donde se pasó la mitad del tiempo entrenando, un cuarto nerviosa, y otro cuarto viéndose con sus compañeros, la ansiada segunda prueba apareció, justo después de saber sus notas en el primer examen. La verdad es que se esperó peor nota, siendo sincera, aunque más tampoco le habría hecho ningún daño, pero no se quejaba, estaba bastante satisfecha con el resultado.
Pero eso ya quedaba atrás, ahora había que centrarse en la segunda prueba. Por ello se encontraba a primera hora de la mañana de nuevo en la Academia de las Olas, junto a los demás participantes. Volvió a encontrarse con Ayame, Daruu, Datsue, Juro, y aquellos otros muchachos que no conocía de nada, pero volvió a no intercambiar palabras con ninguno.
Allí volvía a estar el mismo encargado que en la prueba anterior. A ella no le importaba, le había visto en muchas ocasiones y estaba algo acostumbrada, pero él afirmó que solo iba a pasar lista, por lo que sería otra persona la encargada de hacerlo. Escuchó atentamente las normas, con el pecho algo oprimido y los nervios a flor de piel.
—Si alguien quiere irse, ahí tiene la puerta —hizo una breve pausa —. Bien, empezamos.
«Con lo que me ha costado llegar hasta aquí... No puedo renunciar ahora.»
Tras muchos nombres, Eri comenzaba a impacientarse, maldita U, ¿por qué tenía que tener un apellido con casi la última letra del abecedario?
—Uzumaki Eri, aula ocho.
Pegó un pequeño brinco en su lugar, y tras asentir y levantar su mano, se dirigió al aula que le habían asignado. Su corazón iba bastante rápido mientras sus ojos, impacientes, recorrían el pasillo en busca del número de aula. Al llegar, pudo contemplar como el lugar era algo... Terriblemente peculiar. La zona estaba cambiada y en el gran espacio que dejaban las mesas y sillas apartadas habían dos cojines, y, entre medias...
Un cenicero con una cáscara de plátano.
«Ay Shiona-sama, qué asco...»
Vio al hombre que la esperaba, con el cabello largo recogido en una coleta, insignia plateada y un chaleco que lo catalogaba como Jounin. Le intentó dedicar una sonrisa, pero fue en vano al ver como, no solo se fumaba un cigarrillo, si no dos, al que les pegaba caladas conjuntamente.
«Pero... ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?»
Tosió sin querer, no una, si no dos veces, y los ojos comenzaron a picar. Sintió la necesidad de irse de inmediato, pero se contuvo en el último instante, animándose a sí misma cuando vio apagados ambos cigarros sobre el plátano.
Lo peor, sin embargo, fue lo que vino después.
— Uzumaki Eri, siento el contratiempo, no suelen usar este aula así que hay unas cuantas telarañas, ignoralas. Pasa, cierra la puerta y sientate, por favor.
Telarañas, por todas partes, en el marco de la puerta, en su imaginación, por todos lados. Estaba asqueada y aterrorizada, su cuerpo se puso tenso y la voz de aquel hombre no ayudaba en absoluto. Se quedó inmóvil en la puerta por unos momentos, respirando rápidamente, cuando...
Levantó una pierna y se impulsó para llegar al otro lado sin tocar aquella cosa pegajosa y horrenda que había bloqueándole la entrada. Luego hizo lo mismo con la otra, y aguantando la respiración todo lo que podía —y tomando pocas bocanadas de aire—, llegó a su respectivo cojín, en tensión y sin tocar nada más que sus rodillas.
—B-buenos días... —murmuró en voz baja para que todo el humo no se metiese por la boca, evitando el contacto de aquella sustancia nociva por todos los medios.
Oh, cómo quería irse, pero no debía, tenía que ser fuerte... Pero no sabría cuánto iba a durar allí.
Pero eso ya quedaba atrás, ahora había que centrarse en la segunda prueba. Por ello se encontraba a primera hora de la mañana de nuevo en la Academia de las Olas, junto a los demás participantes. Volvió a encontrarse con Ayame, Daruu, Datsue, Juro, y aquellos otros muchachos que no conocía de nada, pero volvió a no intercambiar palabras con ninguno.
Allí volvía a estar el mismo encargado que en la prueba anterior. A ella no le importaba, le había visto en muchas ocasiones y estaba algo acostumbrada, pero él afirmó que solo iba a pasar lista, por lo que sería otra persona la encargada de hacerlo. Escuchó atentamente las normas, con el pecho algo oprimido y los nervios a flor de piel.
—Si alguien quiere irse, ahí tiene la puerta —hizo una breve pausa —. Bien, empezamos.
«Con lo que me ha costado llegar hasta aquí... No puedo renunciar ahora.»
Tras muchos nombres, Eri comenzaba a impacientarse, maldita U, ¿por qué tenía que tener un apellido con casi la última letra del abecedario?
—Uzumaki Eri, aula ocho.
Pegó un pequeño brinco en su lugar, y tras asentir y levantar su mano, se dirigió al aula que le habían asignado. Su corazón iba bastante rápido mientras sus ojos, impacientes, recorrían el pasillo en busca del número de aula. Al llegar, pudo contemplar como el lugar era algo... Terriblemente peculiar. La zona estaba cambiada y en el gran espacio que dejaban las mesas y sillas apartadas habían dos cojines, y, entre medias...
Un cenicero con una cáscara de plátano.
«Ay Shiona-sama, qué asco...»
Vio al hombre que la esperaba, con el cabello largo recogido en una coleta, insignia plateada y un chaleco que lo catalogaba como Jounin. Le intentó dedicar una sonrisa, pero fue en vano al ver como, no solo se fumaba un cigarrillo, si no dos, al que les pegaba caladas conjuntamente.
«Pero... ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?»
Tosió sin querer, no una, si no dos veces, y los ojos comenzaron a picar. Sintió la necesidad de irse de inmediato, pero se contuvo en el último instante, animándose a sí misma cuando vio apagados ambos cigarros sobre el plátano.
Lo peor, sin embargo, fue lo que vino después.
— Uzumaki Eri, siento el contratiempo, no suelen usar este aula así que hay unas cuantas telarañas, ignoralas. Pasa, cierra la puerta y sientate, por favor.
Telarañas, por todas partes, en el marco de la puerta, en su imaginación, por todos lados. Estaba asqueada y aterrorizada, su cuerpo se puso tenso y la voz de aquel hombre no ayudaba en absoluto. Se quedó inmóvil en la puerta por unos momentos, respirando rápidamente, cuando...
Levantó una pierna y se impulsó para llegar al otro lado sin tocar aquella cosa pegajosa y horrenda que había bloqueándole la entrada. Luego hizo lo mismo con la otra, y aguantando la respiración todo lo que podía —y tomando pocas bocanadas de aire—, llegó a su respectivo cojín, en tensión y sin tocar nada más que sus rodillas.
—B-buenos días... —murmuró en voz baja para que todo el humo no se metiese por la boca, evitando el contacto de aquella sustancia nociva por todos los medios.
Oh, cómo quería irse, pero no debía, tenía que ser fuerte... Pero no sabría cuánto iba a durar allí.