14/07/2018, 01:54
—Yo te buscaba —dijo alguien, desde la nada. El gyojin volteó en súbito alarmado por tan repentina presencia y bambaleó sus ojos hasta que dio con ella—. Kaguya Hageshi.
Se trataba de una mujer omnipresente. Con una energía avasallante y una presencia que incluso convertía en pequeños e inverosímiles personajes a los más machitos como él. Su tez, inapropiada para los cánones de una tierra tan lúgubre como aquella, rozaba la canela. Ojos tan negros como su cabello que se ceñían sobre él como el mismísimo abismo, que amenazante, le susurraba cada tanto que podía engullirlo de un bocado si así ésta se lo proponía.
Fue una de las pocas veces en las que Kaido se sintió más presa que depredador, y eso ya es decir mucho.
—Umikiba Kaido. Ven conmigo —y con ella fue, por supuesto.
Una vez arriba, cerró la puerta tras suyo y avanzó con dubitativa hasta el asiento señalado. Puso el culo encima de éste y tragó saliva, en cuanto hizo contacto con la imponente Kaguya y el humo que ahora la envolvía cual aura celestial.
He leído tu informe, Kaido, y hay algunas cosas… —dio una calada…—, que quiero que me aclares —…y expulsó el humo lentamente por la boca.
—¿Y q- qué cosas son esas? —se atrevió a preguntar—. fui bastante explícito, así que ...
Realmente no lo había sido del todo. Había omitido algo muy importante. Y ahora que tenía a un jounin en frente increpándole sobre al asunto, sintió que aquello del Dragón Rojo no era una exageración pintada por Katame. No, se trataba de algo palpable. Y quizás, indudablemente peligroso.
Se trataba de una mujer omnipresente. Con una energía avasallante y una presencia que incluso convertía en pequeños e inverosímiles personajes a los más machitos como él. Su tez, inapropiada para los cánones de una tierra tan lúgubre como aquella, rozaba la canela. Ojos tan negros como su cabello que se ceñían sobre él como el mismísimo abismo, que amenazante, le susurraba cada tanto que podía engullirlo de un bocado si así ésta se lo proponía.
Fue una de las pocas veces en las que Kaido se sintió más presa que depredador, y eso ya es decir mucho.
—Umikiba Kaido. Ven conmigo —y con ella fue, por supuesto.
Una vez arriba, cerró la puerta tras suyo y avanzó con dubitativa hasta el asiento señalado. Puso el culo encima de éste y tragó saliva, en cuanto hizo contacto con la imponente Kaguya y el humo que ahora la envolvía cual aura celestial.
He leído tu informe, Kaido, y hay algunas cosas… —dio una calada…—, que quiero que me aclares —…y expulsó el humo lentamente por la boca.
—¿Y q- qué cosas son esas? —se atrevió a preguntar—. fui bastante explícito, así que ...
Realmente no lo había sido del todo. Había omitido algo muy importante. Y ahora que tenía a un jounin en frente increpándole sobre al asunto, sintió que aquello del Dragón Rojo no era una exageración pintada por Katame. No, se trataba de algo palpable. Y quizás, indudablemente peligroso.