14/07/2018, 02:58
Kaido se encontraba frente al manco, con la mirada perdida. Lucía introspectivo, concentrado y con aspecto meditabundo. Repasaba en su cabeza las vicisitudes de la primera prueba y a su vez trataba de despejarse de todo aquello que le podría molestar durante la segunda. Aún tenía aquella espinilla de la infructífera emboscada a Datsue, por ejemplo, pero con ese ya tendría otra oportunidad de encargarse del asunto. El resto eran nimias que no iban a evitar que diera su cien por cien.
Ahora sólo importaba una cosa: y esa era la segunda prueba. De pegarla en el techo e hincharse a punto para ascender como bien creía que se lo merecía.
Entonces, el manco habló.
—A diferencia de la última prueba, esta vez al confirmar vuestra presencia os diré con el número del aula en la que pasareis la prueba práctica. Siguiendo el pasillo encontraréis una bifurcación, a la izquierda los impares y a la derecha los pares. Como os he dicho, yo no soy el encargado de puntuar ni siquiera de vigilar, pero me han dado un par de instrucciones previas para vosotros. La primera es, no se aceptan preguntas hasta el final del examen, y segunda, podéis renunciar a esta prueba en cualquier momento desde ahora, no es eliminatoria pero constaría negativamente para la resolución final.
¿Renunciar? ¿Acaso era esa una elección lógica? miró a su alrededor instintivamente, a la espera de alguna rendición temprana. Y sonrió, al ver que nadie había caído en la trampa. Porque tenía que ser eso, una vil y cruel trampa, ¿no?
Ante la negativa de todos, el hombre continuó y empezó a llamar a cada uno a sus respectivas aulas. La suya fue la siete, y a la siete se dirigió.
El escualo avanzó por el pasillo y tomó la bifurcación que le llevó hasta su sala asignada. En su interior todo lucía absolutamente igual salvo aquella acomodación en los linderos del mesón principal, que retirado, dejaba un espacio para dos cojines. Uno de ellos estaba ocupado.
Y en el medio, un plato de pescados fritos.
Torció el gesto y enarcó una ceja. Y esa ceja se torció a su vez cuando escuchó cómo el calvo —quien parecía ser su examinador personal—. increpaba sobre su apariencia y poco se molestaba en disimular. Kaido sonrió, y una pequeña vena se le encendió allí en el costado derecho de su frente.
—Bueno, tú, cierra la puerta y siéntate, que acabemos con esto rápido. Y, sin hablar a ser posible —el gyojin cerró tras suyo y avanzó cauteloso hasta el cojín. Y no habló, muy a pesar de que su silencio le permitiría escuchar sin ningún tipo de reparo una nueva ofensa por parte de aquel tipo—. Seguro que le canta el aliento tanto como parece.
Kaido ensanchó aún más su sonrisa. Y respiró profundo. Muuuy profundo. Porque era consciente de lo que intentaba hacer el tipo. Que él picara de su jodido anzuelo.
«No lo golpees. No lo golpees. No lo golpees»
Ahora sólo importaba una cosa: y esa era la segunda prueba. De pegarla en el techo e hincharse a punto para ascender como bien creía que se lo merecía.
Entonces, el manco habló.
—A diferencia de la última prueba, esta vez al confirmar vuestra presencia os diré con el número del aula en la que pasareis la prueba práctica. Siguiendo el pasillo encontraréis una bifurcación, a la izquierda los impares y a la derecha los pares. Como os he dicho, yo no soy el encargado de puntuar ni siquiera de vigilar, pero me han dado un par de instrucciones previas para vosotros. La primera es, no se aceptan preguntas hasta el final del examen, y segunda, podéis renunciar a esta prueba en cualquier momento desde ahora, no es eliminatoria pero constaría negativamente para la resolución final.
¿Renunciar? ¿Acaso era esa una elección lógica? miró a su alrededor instintivamente, a la espera de alguna rendición temprana. Y sonrió, al ver que nadie había caído en la trampa. Porque tenía que ser eso, una vil y cruel trampa, ¿no?
Ante la negativa de todos, el hombre continuó y empezó a llamar a cada uno a sus respectivas aulas. La suya fue la siete, y a la siete se dirigió.
El escualo avanzó por el pasillo y tomó la bifurcación que le llevó hasta su sala asignada. En su interior todo lucía absolutamente igual salvo aquella acomodación en los linderos del mesón principal, que retirado, dejaba un espacio para dos cojines. Uno de ellos estaba ocupado.
Y en el medio, un plato de pescados fritos.
Torció el gesto y enarcó una ceja. Y esa ceja se torció a su vez cuando escuchó cómo el calvo —quien parecía ser su examinador personal—. increpaba sobre su apariencia y poco se molestaba en disimular. Kaido sonrió, y una pequeña vena se le encendió allí en el costado derecho de su frente.
—Bueno, tú, cierra la puerta y siéntate, que acabemos con esto rápido. Y, sin hablar a ser posible —el gyojin cerró tras suyo y avanzó cauteloso hasta el cojín. Y no habló, muy a pesar de que su silencio le permitiría escuchar sin ningún tipo de reparo una nueva ofensa por parte de aquel tipo—. Seguro que le canta el aliento tanto como parece.
Kaido ensanchó aún más su sonrisa. Y respiró profundo. Muuuy profundo. Porque era consciente de lo que intentaba hacer el tipo. Que él picara de su jodido anzuelo.
«No lo golpees. No lo golpees. No lo golpees»