15/07/2018, 21:03
El Akame del Este —se apodaría a sí mismo el "Conquistador del Nuevo Mundo" durante el tiempo que le quedaba de su breve esperanza de vida— no pudo evitar hinchar el pecho con orgullo cuando, tras seguir el rastro, halló el famoso río. «Bueno, el arroyo existe. Al menos esa parte de la leyenda ya es cierta», se dijo el Uchiha. Así pues, oteó la zona en busca de algo de interés.
Lo encontrase o no, no tardaría en verse forzado a cumplir con su deber; volver de nuevo al éter, a la inexistencia, al frío vacío intercósmico del que le había arrancado la técnica conocida como Kage Bunshin.
—Larga vida a Akame III El Conquistador —dijo en voz alta antes de desaparecer en un "puf" de humillo blanquecino.
Akame se quedó traspuesto. Tenía el cuarto cigarrillo ya en los labios y sujetaba su mechero plateado con ambas manos. La débil llama anaranjada oscilaba frente a la cabeza del tabaco, como luchando por prenderlo.
Pese a que había utilizado aquella técnica en multitud de ocasiones, todavía no había llegado a acostumbrarse a la súbita revelación que se sucedía cuando uno de sus clones desaparecía y la información recolectada volvía a su cabeza. Era como tener una epifanía, como si de repente alguien le hubiera metido aquellos recuerdos en la cabeza con calzador.
—Creo que lo tengo —dijo a su acompañante, y al instante se orientó en la dirección correcta—. Hay un pequeño riachuelo hacia allí, a un par de kilómetros, al final de un viejo sendero en desuso. Podría ser el Bierbe.
Lo encontrase o no, no tardaría en verse forzado a cumplir con su deber; volver de nuevo al éter, a la inexistencia, al frío vacío intercósmico del que le había arrancado la técnica conocida como Kage Bunshin.
—Larga vida a Akame III El Conquistador —dijo en voz alta antes de desaparecer en un "puf" de humillo blanquecino.
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Akame se quedó traspuesto. Tenía el cuarto cigarrillo ya en los labios y sujetaba su mechero plateado con ambas manos. La débil llama anaranjada oscilaba frente a la cabeza del tabaco, como luchando por prenderlo.
Pese a que había utilizado aquella técnica en multitud de ocasiones, todavía no había llegado a acostumbrarse a la súbita revelación que se sucedía cuando uno de sus clones desaparecía y la información recolectada volvía a su cabeza. Era como tener una epifanía, como si de repente alguien le hubiera metido aquellos recuerdos en la cabeza con calzador.
—Creo que lo tengo —dijo a su acompañante, y al instante se orientó en la dirección correcta—. Hay un pequeño riachuelo hacia allí, a un par de kilómetros, al final de un viejo sendero en desuso. Podría ser el Bierbe.