10/09/2015, 20:37
La luna era apenas un arco dibujado sobre el cielo estrellado, una fina línea plateada que ni siquiera era capaz de desplegar su manto de luz sobre el bosque inundado por el silencio más soporífero que se extendía bajo sus dominios. Era una noche calurosa y cargada de humedad, pero todo se encontraba en una quietud casi antinatural. Ni siquiera los grillos parecían querer romperlo con sus delicados y rechinantes cánticos.
Pero había quienes sí se atrevían a hacerlo. Sus pasos apenas hacían crujir la hierba bajo sus pies, y tal era su precisión que ninguna ramita desavenida se interponía en su camino sin que ellos la detectaran a tiempo. Se trataba de un grupo de personas que caminaba y se movía como una sola. Todos ellos, como amigos de las sombras que eran, cubrían sus cuerpos con amplios ropajes oscuros como la noche que les rodeaba. Todos ellos ocultaban su rostro bajo una holgada capucha. Dado el ambiente que les rodeaba, quizás habrían podido resultar invisibles también, si no fuera por las máscaras blancas que utilizaban para tapar todos sus rostros.
Todos menos uno.
Un búho ululó con timidez en la distancia.
La escasa luz del ambiente reveló sus ojos castaños cuando alzó la mirada. Unos ojos grandes de color avellana y largas pestañas. Unos ojos vacíos, vidriosos, carentes de emoción alguna. Pero no se detuvo en ningún momento, y enseguida volvió a centrarse en su camino, acompañando los pasos de los que la rodeaban. Ni siquiera prestaba atención al despliegue que la caprichosa naturaleza exhibía a cada uno de sus lados y que sin duda en otra ocasión habría estado encantada de maravillar: árboles y arbustos de todos los tamaños, formas y colores siquiera imaginables; setas y hongos tan grandes que uno podría sentarse a tomar el té sobre ellos sin miedo a que se desplomaran por el peso de su cuerpo; flores que parecían estar dibujadas por algún tipo de estrafalaria deidad del arte abstracto; frutos tan apetecibles que parecían poder hacer la delicia del paladar más exquisito...
—Ya estamos llegando —susurró el hombre de su derecha, pero ni siquiera le devolvió la mirada.
Aquella noche era demasiado importante como para distraerse con tonterías como la superfluas belleza del bosque. Aquella noche era decisiva para muchas personas.
No podían permitirse fallar.
—Estoy listo —respondió, con el mismo volumen. Pero su voz también estaba vacía, casi como la de un autómata sin vida. No era la voz cargada de jovialidad y alegría que la caracterizaba.
Pero había quienes sí se atrevían a hacerlo. Sus pasos apenas hacían crujir la hierba bajo sus pies, y tal era su precisión que ninguna ramita desavenida se interponía en su camino sin que ellos la detectaran a tiempo. Se trataba de un grupo de personas que caminaba y se movía como una sola. Todos ellos, como amigos de las sombras que eran, cubrían sus cuerpos con amplios ropajes oscuros como la noche que les rodeaba. Todos ellos ocultaban su rostro bajo una holgada capucha. Dado el ambiente que les rodeaba, quizás habrían podido resultar invisibles también, si no fuera por las máscaras blancas que utilizaban para tapar todos sus rostros.
Todos menos uno.
Un búho ululó con timidez en la distancia.
La escasa luz del ambiente reveló sus ojos castaños cuando alzó la mirada. Unos ojos grandes de color avellana y largas pestañas. Unos ojos vacíos, vidriosos, carentes de emoción alguna. Pero no se detuvo en ningún momento, y enseguida volvió a centrarse en su camino, acompañando los pasos de los que la rodeaban. Ni siquiera prestaba atención al despliegue que la caprichosa naturaleza exhibía a cada uno de sus lados y que sin duda en otra ocasión habría estado encantada de maravillar: árboles y arbustos de todos los tamaños, formas y colores siquiera imaginables; setas y hongos tan grandes que uno podría sentarse a tomar el té sobre ellos sin miedo a que se desplomaran por el peso de su cuerpo; flores que parecían estar dibujadas por algún tipo de estrafalaria deidad del arte abstracto; frutos tan apetecibles que parecían poder hacer la delicia del paladar más exquisito...
—Ya estamos llegando —susurró el hombre de su derecha, pero ni siquiera le devolvió la mirada.
Aquella noche era demasiado importante como para distraerse con tonterías como la superfluas belleza del bosque. Aquella noche era decisiva para muchas personas.
No podían permitirse fallar.
—Estoy listo —respondió, con el mismo volumen. Pero su voz también estaba vacía, casi como la de un autómata sin vida. No era la voz cargada de jovialidad y alegría que la caracterizaba.