18/07/2018, 18:49
Lo que ocurrió a continuación fue algo con lo que el bueno de Akame ya estaba más que familiarizado —lo sufría noche sí y noche también por cortesía del bijuu de Una Cola—, pero en aquella ocasión había algo... Distinto. Como una especie de corrupción malvada y tóxica que estuviera carcomiéndole las entrañas y no sólo las horrendas imágenes que veía a su alrededor estuviesen ahí para torturarle, sino para inflingirle una angustia tan enorme que trascendía el tiempo y la mente.
Mientras los cadáveres en llamas de Haskoz, Koko, Datsue y otros ardían a su alrededor, y el resto de los habitantes de la Villa Oculta del Remolino se congregaban a su alrededor llamándole traidor, Akame se sintió no sólo frustrado y angustiado, sino pequeño. Una pequeñez y una indefensión que ni el mejor trabajo de Shukaku había podido conseguir hasta la fecha. El joven jōnin trató de resistirse, cerrar los ojos y luchar, pero ni eso parecía posible. No es que su cuerpo no respondiese, o su instinto no estuviese alerta, es que directamente aquellos pensamientos eran descartados por su mente antes de ser procesados. Su propio ser sentía que toda resistencia sería inútil, que estaba acabado y condenado antes siquiera de que su sentencia fuese leída.
Cualquier intento de pelear era completamente fútil, de modo que Akame corrió. Corrió lejos de la multitud y siguió haciéndolo hasta que los gritos y los insultos se transformaron en apenas un susurro en sus oídos.
Vio unas escaleras ante sí y las bajó, internándose en las oscuras profundidades del subsuelo. La tenue luz amarillenta de unas antorchas pronto fue lo único que le permitió distinguir el camino frente a sí, en un angosto pasillo que desembocó en una sala. Una sala circular y rodeada de más antorchas que conocía muy bien. Frente a él, un muchachito de pelo rubio y ojos azules... Con la garganta abierta y manando sangre espesa, caliente, oscura. De sus labios emergía una profunda letanía, como un quejido canturreado con voz monótona.
—Traidor... Traidor... Asesino...
Akame reconoció al muchacho. Sus ojos se anegaron en lágrimas y sintió que todo el cuerpo le temblaba. Cayó de rodillas, tapándose el rostro con ambas manos mientras rompía a llorar. Ni siquiera el Ichibi había sido capaz de llegar a aquella parte tan recóndita de su ser, a aquel dolor tan antiguo y sin embargo primitivo, que volvía a sentir como el primer día.
—Lo siento... Lo siento... Yo... Lo siento mucho... —murmuraba el Uchiha, como si fuese una súplica más que una disculpa. Una súplica para que aquello parase.
Volvió a alzar la vista, y de repente todo cambió.
Mientras los cadáveres en llamas de Haskoz, Koko, Datsue y otros ardían a su alrededor, y el resto de los habitantes de la Villa Oculta del Remolino se congregaban a su alrededor llamándole traidor, Akame se sintió no sólo frustrado y angustiado, sino pequeño. Una pequeñez y una indefensión que ni el mejor trabajo de Shukaku había podido conseguir hasta la fecha. El joven jōnin trató de resistirse, cerrar los ojos y luchar, pero ni eso parecía posible. No es que su cuerpo no respondiese, o su instinto no estuviese alerta, es que directamente aquellos pensamientos eran descartados por su mente antes de ser procesados. Su propio ser sentía que toda resistencia sería inútil, que estaba acabado y condenado antes siquiera de que su sentencia fuese leída.
Cualquier intento de pelear era completamente fútil, de modo que Akame corrió. Corrió lejos de la multitud y siguió haciéndolo hasta que los gritos y los insultos se transformaron en apenas un susurro en sus oídos.
Vio unas escaleras ante sí y las bajó, internándose en las oscuras profundidades del subsuelo. La tenue luz amarillenta de unas antorchas pronto fue lo único que le permitió distinguir el camino frente a sí, en un angosto pasillo que desembocó en una sala. Una sala circular y rodeada de más antorchas que conocía muy bien. Frente a él, un muchachito de pelo rubio y ojos azules... Con la garganta abierta y manando sangre espesa, caliente, oscura. De sus labios emergía una profunda letanía, como un quejido canturreado con voz monótona.
—Traidor... Traidor... Asesino...
Akame reconoció al muchacho. Sus ojos se anegaron en lágrimas y sintió que todo el cuerpo le temblaba. Cayó de rodillas, tapándose el rostro con ambas manos mientras rompía a llorar. Ni siquiera el Ichibi había sido capaz de llegar a aquella parte tan recóndita de su ser, a aquel dolor tan antiguo y sin embargo primitivo, que volvía a sentir como el primer día.
—Lo siento... Lo siento... Yo... Lo siento mucho... —murmuraba el Uchiha, como si fuese una súplica más que una disculpa. Una súplica para que aquello parase.
Volvió a alzar la vista, y de repente todo cambió.