18/07/2018, 19:54
Llegaron los golpes, que ya tardaban. Satoshi le cruzó a Karma la cara de un puñetazo. Uno más, y luego otro. La joven sangraba por la nariz, tenía las mejillas magulladas e hinchadas. El hombre la agarró de la parte inferior de los antebrazos y la alzó como si fuese una muñeca de trapo, dejándola de pie. La genin no podía hacer nada al respecto, por algún motivo. Tan solo seguir llorando.
Acto seguido le propinó un salvaje golpe en el estómago que le arrebató el aliento. Cayó una vez más, dirigida por la fuerza del trallazo, y aterrizó sobre su espalda. Estaba tan asustada. ¿Cómo podía estar pasando eso? Había empezado una nueva vida, una SIN ÉL...
—Voy a hacer algo que debería de haber hecho hace mucho tiempo... —afirmó Satoshi.
Sostenía un cuchillo de cocina con la diestra, del mango. Parecía afilado. Karma abrió los ojos como platos y dejó escapar un gritillo de pánico. ¿Desde cuándo había estado el cuchillo ahí? Era como si hubiera salido de la nada...
Quiso gatear, arrastrase, lo que hiciera falta en tal de huir. Pero no pudo. Su padre se plantó frente a ella, sonriente. Era una expresión diabólica. El hombre se agachó a la vera de Karma y dejó que observara el cuchillo a conciencia, atemorizándola todavía más. Entonces, sin previo aviso, se lo clavó en el estómago.
La sangre que brotaba de la herida era negra y espesa, como brea.
La joven aulló de dolor. Luego continuó sollozando entre ocasionales gemidos de miedo y angustia. Satoshi, como respuesta, enarboló una mueca de odio.
—¡Cállate, escoria! —otro golpe a su rostro, que la llevó a escupir sangre—. ¡Te voy a devolver todo el dolor que me has causado!
Satoshi movió el cuchillo y le removió las tripas a Karma. Era una tortura insoportable, sádica. La pelivioleta gritó y gritó, mientras él se reía como antes.
—Ya está, ya está —Satoshi extrajo el cuchillo y se lo clavó a su hija en la garganta antes de que esta dispusiera de tiempo suficiente para reaccionar. Le tapó la boca para acallar sus quejidos y se llevó el índice de la otra mano a los labios—. Shh, Karma-chan. Ya pasó todo. Púdrete en el infierno.
Karma murió, ahogada por esa sustancia negruzca que parecía ser su propia sangre. El dolor desapareció, reemplazado por una falta de sensaciones extremadamente anómala. No obstante, de alguna manera, la genin podía seguir viendo a través de sus ojos, que habían quedado abiertos de par en par. También podía escuchar. La información proveniente de su campo de visión y sus oídos era lo único de su existencia terrenal que quedaba; ni sentía ni padecía ni mantenía el control sobre su propia anatomía.
De pronto estaba en otra parte: una planicie de hierba y tierra sin nada más en el paisaje, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Alguien cargaba con ella, la llevaba al hombro. Pero dado el ángulo extraño en el que se encontraba su cabeza y el vaivén del paso del desconocido, solo podía verle los pies.
Finalmente pararon. Karma fue lanzada al interior de un agujero, una tumba ya cavada. Al aterrizar sobre la inhóspita tierra pudo contemplar dos cosas: el que había cargado con ella era Satoshi, su padre, y a su lado había otro cadáver. El ya mencionado era macabro, puesto que parecía que ya llevaba un tiempo en el hoyo. Estaba podrido, le faltaba piel en más de un lugar, o en algunos casos hasta músculo. Unos pocos mechones rosados todavía sobrevivían sobre su cráneo.
El hombre agarró una pala que Karma no podía saber si ya estaba allí o se había materializado mágicamente como el cuchillo. Satoshi echó tierra sobre los cadáveres, lenta pero inexorablemente, hasta que cerró la tumba.
Entonces, oscuridad.
—Irrelevante, verdaderamente irrelevante.
Acto seguido le propinó un salvaje golpe en el estómago que le arrebató el aliento. Cayó una vez más, dirigida por la fuerza del trallazo, y aterrizó sobre su espalda. Estaba tan asustada. ¿Cómo podía estar pasando eso? Había empezado una nueva vida, una SIN ÉL...
—Voy a hacer algo que debería de haber hecho hace mucho tiempo... —afirmó Satoshi.
Sostenía un cuchillo de cocina con la diestra, del mango. Parecía afilado. Karma abrió los ojos como platos y dejó escapar un gritillo de pánico. ¿Desde cuándo había estado el cuchillo ahí? Era como si hubiera salido de la nada...
Quiso gatear, arrastrase, lo que hiciera falta en tal de huir. Pero no pudo. Su padre se plantó frente a ella, sonriente. Era una expresión diabólica. El hombre se agachó a la vera de Karma y dejó que observara el cuchillo a conciencia, atemorizándola todavía más. Entonces, sin previo aviso, se lo clavó en el estómago.
La sangre que brotaba de la herida era negra y espesa, como brea.
La joven aulló de dolor. Luego continuó sollozando entre ocasionales gemidos de miedo y angustia. Satoshi, como respuesta, enarboló una mueca de odio.
—¡Cállate, escoria! —otro golpe a su rostro, que la llevó a escupir sangre—. ¡Te voy a devolver todo el dolor que me has causado!
Satoshi movió el cuchillo y le removió las tripas a Karma. Era una tortura insoportable, sádica. La pelivioleta gritó y gritó, mientras él se reía como antes.
—Ya está, ya está —Satoshi extrajo el cuchillo y se lo clavó a su hija en la garganta antes de que esta dispusiera de tiempo suficiente para reaccionar. Le tapó la boca para acallar sus quejidos y se llevó el índice de la otra mano a los labios—. Shh, Karma-chan. Ya pasó todo. Púdrete en el infierno.
Karma murió, ahogada por esa sustancia negruzca que parecía ser su propia sangre. El dolor desapareció, reemplazado por una falta de sensaciones extremadamente anómala. No obstante, de alguna manera, la genin podía seguir viendo a través de sus ojos, que habían quedado abiertos de par en par. También podía escuchar. La información proveniente de su campo de visión y sus oídos era lo único de su existencia terrenal que quedaba; ni sentía ni padecía ni mantenía el control sobre su propia anatomía.
De pronto estaba en otra parte: una planicie de hierba y tierra sin nada más en el paisaje, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Alguien cargaba con ella, la llevaba al hombro. Pero dado el ángulo extraño en el que se encontraba su cabeza y el vaivén del paso del desconocido, solo podía verle los pies.
Finalmente pararon. Karma fue lanzada al interior de un agujero, una tumba ya cavada. Al aterrizar sobre la inhóspita tierra pudo contemplar dos cosas: el que había cargado con ella era Satoshi, su padre, y a su lado había otro cadáver. El ya mencionado era macabro, puesto que parecía que ya llevaba un tiempo en el hoyo. Estaba podrido, le faltaba piel en más de un lugar, o en algunos casos hasta músculo. Unos pocos mechones rosados todavía sobrevivían sobre su cráneo.
El hombre agarró una pala que Karma no podía saber si ya estaba allí o se había materializado mágicamente como el cuchillo. Satoshi echó tierra sobre los cadáveres, lenta pero inexorablemente, hasta que cerró la tumba.
Entonces, oscuridad.
—Irrelevante, verdaderamente irrelevante.