10/09/2015, 20:52
—Está bien, muchacho. Continuaremos nosotros desde aquí. Yuina, está preparado el sello de retención, ¿verdad? La muchacha no corre peligro.
—No corre peligro alguno —contestó otro enmascarado, una mujer—. No sólo de retención, también de transporte. El de retención lo ha preparado el mismo Zetsuo. No creo que permitiese que su hija sufriera daño, así que estará bien hecho.
—Bien, desconéctala y notifícale a Yui-sama que hemos llegado.
Ayame asintió y el Yamanaka que populaba su mente la desconectó como quien apagaría un aparato eléctrico. El primer enmascarado la cogió en brazos antes de que cayera.
—Silencio ahora, creo que viene alguien.
Hubo un momento muy tenso. Pero todos los enmascarados se relajaron a ver a dos de sus compañeros volver por el camino de kusa. Llevaban los bajos y las mangas de las túnicas manchadas de sangre, y uno de los dos tenía un torniquete en un brazo amputado.
—Santo Dios, ¿estás bien?
—Sabíamos a lo que íbamos —contestó el herido—. Fue un centinela. No cayó en el genjutsu y nos atacó, pero afortunadamente no le dejamos dar la alarma.
—¿Y bien?
—Está hecho, Akairo-san. Kenzou ha muerto.
Akairo sonrió debajo de su máscara y señaló al frente.
—Bien, rápido y en silencio, chicos, rápido y en silencio. Cubridnos la espalda a Yuina y a mí, y cuando comience el caos, refugiáos fuera de la aldea hasta que estén todos bien muertos.
Todos asintieron a la orden y se encaminaron hacia Kusa.
Kuina y Akairo estaban postrados al lado de una Ayame tumbada y sin camiseta. Posaban la mano sobre un sello de tinta negra. Sólo tuvieron que abrirlo un momento, un poquito, sólo un poquito...
Un estallido les mandó volando. Cuando se recuperaron, comprobaron con la satisfacción amarga de haber cumplido una misión difícil como una bestia de cinco colas blanca y terrorífica arrasaba todo a su paso. Los que se despertaban trataban de huir, o de lanzarle armas y morir aplastados segundos más tarde.
Sólo tenían que marchase hasta que la tormenta hubiese terminado.
—No corre peligro alguno —contestó otro enmascarado, una mujer—. No sólo de retención, también de transporte. El de retención lo ha preparado el mismo Zetsuo. No creo que permitiese que su hija sufriera daño, así que estará bien hecho.
—Bien, desconéctala y notifícale a Yui-sama que hemos llegado.
Ayame asintió y el Yamanaka que populaba su mente la desconectó como quien apagaría un aparato eléctrico. El primer enmascarado la cogió en brazos antes de que cayera.
—Silencio ahora, creo que viene alguien.
Hubo un momento muy tenso. Pero todos los enmascarados se relajaron a ver a dos de sus compañeros volver por el camino de kusa. Llevaban los bajos y las mangas de las túnicas manchadas de sangre, y uno de los dos tenía un torniquete en un brazo amputado.
—Santo Dios, ¿estás bien?
—Sabíamos a lo que íbamos —contestó el herido—. Fue un centinela. No cayó en el genjutsu y nos atacó, pero afortunadamente no le dejamos dar la alarma.
—¿Y bien?
—Está hecho, Akairo-san. Kenzou ha muerto.
Akairo sonrió debajo de su máscara y señaló al frente.
—Bien, rápido y en silencio, chicos, rápido y en silencio. Cubridnos la espalda a Yuina y a mí, y cuando comience el caos, refugiáos fuera de la aldea hasta que estén todos bien muertos.
Todos asintieron a la orden y se encaminaron hacia Kusa.
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Kuina y Akairo estaban postrados al lado de una Ayame tumbada y sin camiseta. Posaban la mano sobre un sello de tinta negra. Sólo tuvieron que abrirlo un momento, un poquito, sólo un poquito...
Un estallido les mandó volando. Cuando se recuperaron, comprobaron con la satisfacción amarga de haber cumplido una misión difícil como una bestia de cinco colas blanca y terrorífica arrasaba todo a su paso. Los que se despertaban trataban de huir, o de lanzarle armas y morir aplastados segundos más tarde.
Sólo tenían que marchase hasta que la tormenta hubiese terminado.
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