19/07/2018, 16:39
El aire caliente del Verano le golpeó en el rostro, y Akame abrió los ojos otra vez. El destello cegador del Sol a mediodía le obligó a cerrarlos rápidamente de nuevo, pero aun así se forzó a ponerse en pie. Notaba el tacto áspero de la tierra bajo sus pies, y escuchaba el canto de los pájaros en los árboles cercanos. Su nariz captó el olor del abono, que de repente se le hizo tremendamente familiar.
Cuando por fin pudo ver, se dio cuenta de que había tres figuras frente a él. Una de ellas estaba de espaldas, un hombre menudo y delgado. Las otras dos le superaban ampliamente en tamaño y discutían algo, ignorando completamente a Akame. Pese a que se encontraba tan cerca que casi podría haberlos tocado, el jōnin era incapaz de entender lo que decían; sus voces graves y rudas llegaban hasta los oídos del Uchiha, pero era como si hablasen un idioma distinto... O como si él se hubiese olvidado del suyo. Sonidos incongruentes y sumamente desagradables que empezaron a causarle unas profundas náuseas, hasta el punto de que el ninja tuvo de doblarse por la cintura para vomitar.
A su alrededor, todo parecía difuso, muy disperso. Nada tenía sentido, era como un cuadro pintado por alguien fuera de sus cabales que fuese incapaz de hilar correctamente sus pensamientos. Como una representación torcida y carente de coherencia, de la propia realidad. Tan sólo aquellos pocos detalles eran suficientemente claros como para ser entendidos; el calor de Verano, el olor del abono, aquellos tres hombres.
De repente, uno de los tipos grandes propinó un puñetazo al otro que le hizo caer al suelo casi al instante. Tanto él como su compañero la emprendieron a patadas mientras el otro hombre se retorcía, indefenso. Akame advirtió entonces que él mismo estaba de rodillas, con los ojos anegados en lágrimas como si cada uno de aquellos golpes se lo estuviesen dando a él.
Tardó un poco más en darse cuenta de que le dolía la garganta, muchísimo, así como las mandíbulas. No entendió qué pasaba hasta que unas palabras claramente audibles llegaron a sus oídos.
—¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Llorica! ¡Miserable! ¡Cobarde! ¡Te odio!
Con cada nuevo insulto, notaba cómo su garganta se irritaba más y más, una sensación creciente de asfixia se apoderaba de su pecho.
—¡¡Cobarde!! ¡¡Te odio!!
Cuando por fin pudo ver, se dio cuenta de que había tres figuras frente a él. Una de ellas estaba de espaldas, un hombre menudo y delgado. Las otras dos le superaban ampliamente en tamaño y discutían algo, ignorando completamente a Akame. Pese a que se encontraba tan cerca que casi podría haberlos tocado, el jōnin era incapaz de entender lo que decían; sus voces graves y rudas llegaban hasta los oídos del Uchiha, pero era como si hablasen un idioma distinto... O como si él se hubiese olvidado del suyo. Sonidos incongruentes y sumamente desagradables que empezaron a causarle unas profundas náuseas, hasta el punto de que el ninja tuvo de doblarse por la cintura para vomitar.
A su alrededor, todo parecía difuso, muy disperso. Nada tenía sentido, era como un cuadro pintado por alguien fuera de sus cabales que fuese incapaz de hilar correctamente sus pensamientos. Como una representación torcida y carente de coherencia, de la propia realidad. Tan sólo aquellos pocos detalles eran suficientemente claros como para ser entendidos; el calor de Verano, el olor del abono, aquellos tres hombres.
De repente, uno de los tipos grandes propinó un puñetazo al otro que le hizo caer al suelo casi al instante. Tanto él como su compañero la emprendieron a patadas mientras el otro hombre se retorcía, indefenso. Akame advirtió entonces que él mismo estaba de rodillas, con los ojos anegados en lágrimas como si cada uno de aquellos golpes se lo estuviesen dando a él.
Tardó un poco más en darse cuenta de que le dolía la garganta, muchísimo, así como las mandíbulas. No entendió qué pasaba hasta que unas palabras claramente audibles llegaron a sus oídos.
—¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Llorica! ¡Miserable! ¡Cobarde! ¡Te odio!
Con cada nuevo insulto, notaba cómo su garganta se irritaba más y más, una sensación creciente de asfixia se apoderaba de su pecho.
—¡¡Cobarde!! ¡¡Te odio!!