22/07/2018, 08:37
—Hostias, si hablas y todo. Suerte, chaval, que la vas a necesitar. La ilusión no va a ser precisamente una competición de natación. Ni de ver quien es más feo.
No le dio tiempo a decir nada, aún si lo hubiera querido. El examinador realizó súbitamente una serie de sellos que acabaron en un simple toque, que apagó todo a su alrededor por apenas unos segundos, hasta que a realidad se reconstruyó a obra y semejanza de su creador para dar vida a la misión de prueba.
Kaido corría a toda marcha, acompañado de tres genin. Los cuatro atravesaban como equipo un camino de tierra que se abría paso en el interior de un bosque. Él vestía un chaleco chunin y la respectiva placa que le certificaba como el capitán de aquel escuadrón, a la par de que los críos —de aspecto mundano y simplón además de estar precariamente armados— seguían sus direcciones.
La situación era muy precaria. Se sabía de que el objetivo era un exiliado de su propia villa, con quien habían tenido una ligera disputa de la que había salido apenas herido. Aquello se transformó luego en una persecución en la que la desventaja pasó a ser parte de su apuesta, pues al parecer el exiliado conocía mejor el terreno que ellos. Además, Kaido como líder tenía que lidiar en el mientras tanto con la posibilidad de que hubiera un jodido topo entre sus tres polluelos. No sabía quién, ni tenía indicios de; y no contaba el tiempo físico como para averiguarlo. Tenía que continuar.
Llegado el momento, el destino de aquella misión le puso a él y a sus genin en una terrible encrucijada. Dos caminos, ambos con huellas en sus trayectos. Dos elecciones, una de ellas errada.
Lo primero que hizo Kaido fue indagar en lo siguiente: ¿gozaban ellos de alguna muestra de sangre del exiliado, que quizás; habría sido recabada durante la primera confrontación a través de algún pedazo de tela empapada o similar? de ser así, el método justificaba la elección. El olfato de Kaido haría de la de juez y certificaría a través del rastro cuál era el camino correcto. Si no era el caso, atendería a los jóvenes y les daría instrucciones concretas:
—Tú y tú —dijo, señalando a la chica y al rubio, a su vez de que marcaba una gran equis con su kunai al ras del suelo—. tomaréis el camino de la izquierda. El objetivo es muy claro: si dais con el exiliado, uno de vosotros deberá volver hasta aquí, el punto cero; mientras el otro mantiene la vigilia para no perder nuevamente el rastro. También tendrán que poder discernir en qué momento detenerse y volver ambos, si sucede lo contrario y no encuentran a nadie. Eviten a toda costa el enfrentamiento directo y no os dejéis ver bajo ninguna circunstancia. Mucho cuidado con el trayecto, puede haber trampas. Id dejando marcas en la ruta para que podáis volver por el mismo camino.
Entonces se giró hasta el otro chico, el pelinegro.
»Tú vendrás conmigo. Las reglas son las mismas —espetó. Después torció el gesto hacia la chica pelinegra—. el que vuelva, tendrá que avisar al equipo del camino contrario de que habéis dado con el exiliado. ¿Entendido?
No le dio tiempo a decir nada, aún si lo hubiera querido. El examinador realizó súbitamente una serie de sellos que acabaron en un simple toque, que apagó todo a su alrededor por apenas unos segundos, hasta que a realidad se reconstruyó a obra y semejanza de su creador para dar vida a la misión de prueba.
Kaido corría a toda marcha, acompañado de tres genin. Los cuatro atravesaban como equipo un camino de tierra que se abría paso en el interior de un bosque. Él vestía un chaleco chunin y la respectiva placa que le certificaba como el capitán de aquel escuadrón, a la par de que los críos —de aspecto mundano y simplón además de estar precariamente armados— seguían sus direcciones.
La situación era muy precaria. Se sabía de que el objetivo era un exiliado de su propia villa, con quien habían tenido una ligera disputa de la que había salido apenas herido. Aquello se transformó luego en una persecución en la que la desventaja pasó a ser parte de su apuesta, pues al parecer el exiliado conocía mejor el terreno que ellos. Además, Kaido como líder tenía que lidiar en el mientras tanto con la posibilidad de que hubiera un jodido topo entre sus tres polluelos. No sabía quién, ni tenía indicios de; y no contaba el tiempo físico como para averiguarlo. Tenía que continuar.
Llegado el momento, el destino de aquella misión le puso a él y a sus genin en una terrible encrucijada. Dos caminos, ambos con huellas en sus trayectos. Dos elecciones, una de ellas errada.
Lo primero que hizo Kaido fue indagar en lo siguiente: ¿gozaban ellos de alguna muestra de sangre del exiliado, que quizás; habría sido recabada durante la primera confrontación a través de algún pedazo de tela empapada o similar? de ser así, el método justificaba la elección. El olfato de Kaido haría de la de juez y certificaría a través del rastro cuál era el camino correcto. Si no era el caso, atendería a los jóvenes y les daría instrucciones concretas:
—Tú y tú —dijo, señalando a la chica y al rubio, a su vez de que marcaba una gran equis con su kunai al ras del suelo—. tomaréis el camino de la izquierda. El objetivo es muy claro: si dais con el exiliado, uno de vosotros deberá volver hasta aquí, el punto cero; mientras el otro mantiene la vigilia para no perder nuevamente el rastro. También tendrán que poder discernir en qué momento detenerse y volver ambos, si sucede lo contrario y no encuentran a nadie. Eviten a toda costa el enfrentamiento directo y no os dejéis ver bajo ninguna circunstancia. Mucho cuidado con el trayecto, puede haber trampas. Id dejando marcas en la ruta para que podáis volver por el mismo camino.
Entonces se giró hasta el otro chico, el pelinegro.
»Tú vendrás conmigo. Las reglas son las mismas —espetó. Después torció el gesto hacia la chica pelinegra—. el que vuelva, tendrá que avisar al equipo del camino contrario de que habéis dado con el exiliado. ¿Entendido?