22/07/2018, 15:23
Cuando la misma kunoichi considerase acabado su discurso, la ilusión volvería a coger forma.
Esta vez no se encontraba en ningún bosque, ni siquiera al aire libre. Las paredes endebles de una tienda era lo único que le separaba del aire nocturno. Al menos la tienda estaba perfectamente iluminada. Estaba en plena base enemiga y ella lo sabía. Estaba esposada con unas esposas supresoras de chakra y anclada al suelo con una cadena. Además, toda su indumentaria le había sido sustraída y reemplazada por una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. Ningún arma ni herramienta la iba a salvar.
Antes de siquiera poder adaptarse a su situación un hombre entró en la tienda y tiró a su lado a otra kunoichi, esposada también. El hombre era rubio con ojos verdes y tenía pinta de ser el jefe, mientras que la prisionera llevaba las misma ropa que la kunoichi. Al mirarla tuvo una sensación parecida a la que había tenido con la voz del examinador, la conocía, sabía que había ido a la academia con ella, puede que no al mismo curso, pero sabía que la había visto alguna que otra vez, aunque no tenía ni idea de su nombre.
Antes de que pudiese poner en orden sus pensamientos, su captor empezó a hablar.
—Te pongo en antecedentes, ésta dice que no sabe nada, así que le vamos a cortar una pierna. Total, son todo beneficios, nos aseguramos de que de verdad no sepa nada y ni te imaginas lo fácil que se vigila a una tullida. Y si sigue sin contestarnos, pues tiraremos a por la otra. Porque solo hay una cosa más fácil de vigilar que una tullida y es una doble tullida. Ahora que sois dos igual podéis echarle un pensamiento. Chicos, agarrad a la tullida, digo, a la genin. Perdón, me he adelantado.
Dos hombres más entraron en la escena, rapados y con cara de poco cerebro y mucho músculo, agarraron a la otra chica mientras su jefe escogía entre la multitud de armas que guardaban en la tienda. Finalmente, levantó una sierra dentada de metro y medio mínimo de largo.
—Nunca entendí por qué demonios teníamos esta monstruosidad aquí. Es tan... aparatosa que no sirve para el combate. Supongo que va perfecta para hacer una carnicería —se acercó a la chica inmovilizada que miraba con pavor la sierra—. Me han dicho que los Chunin hacen un juramento o alguna mierda así sobre proteger a sus inferiores. Yo voy a lanzar una pregunta al aire, si obtengo una respuesta, saldré de aquí tan contento y sin quitarle ninguna pierna a nadie.
La genin le dedicaba una de las miradas más aterrorizadas que había visto en su vida, aún así, no abría la boca, probablemente a sabiendas de que si lo hacía lo único que saldrá de ella son suplicas y llantos. El verdugo bajó la sierra hasta que tocó la carne expuesta de la chica, que ahogó un grito y cerró los ojos.
—¿Quien es el jinchuriki de vuestra villa? Un nombre y un apellido y nadie acabara saliendo por partes de aquí.
Esta vez no se encontraba en ningún bosque, ni siquiera al aire libre. Las paredes endebles de una tienda era lo único que le separaba del aire nocturno. Al menos la tienda estaba perfectamente iluminada. Estaba en plena base enemiga y ella lo sabía. Estaba esposada con unas esposas supresoras de chakra y anclada al suelo con una cadena. Además, toda su indumentaria le había sido sustraída y reemplazada por una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. Ningún arma ni herramienta la iba a salvar.
Antes de siquiera poder adaptarse a su situación un hombre entró en la tienda y tiró a su lado a otra kunoichi, esposada también. El hombre era rubio con ojos verdes y tenía pinta de ser el jefe, mientras que la prisionera llevaba las misma ropa que la kunoichi. Al mirarla tuvo una sensación parecida a la que había tenido con la voz del examinador, la conocía, sabía que había ido a la academia con ella, puede que no al mismo curso, pero sabía que la había visto alguna que otra vez, aunque no tenía ni idea de su nombre.
Antes de que pudiese poner en orden sus pensamientos, su captor empezó a hablar.
—Te pongo en antecedentes, ésta dice que no sabe nada, así que le vamos a cortar una pierna. Total, son todo beneficios, nos aseguramos de que de verdad no sepa nada y ni te imaginas lo fácil que se vigila a una tullida. Y si sigue sin contestarnos, pues tiraremos a por la otra. Porque solo hay una cosa más fácil de vigilar que una tullida y es una doble tullida. Ahora que sois dos igual podéis echarle un pensamiento. Chicos, agarrad a la tullida, digo, a la genin. Perdón, me he adelantado.
Dos hombres más entraron en la escena, rapados y con cara de poco cerebro y mucho músculo, agarraron a la otra chica mientras su jefe escogía entre la multitud de armas que guardaban en la tienda. Finalmente, levantó una sierra dentada de metro y medio mínimo de largo.
—Nunca entendí por qué demonios teníamos esta monstruosidad aquí. Es tan... aparatosa que no sirve para el combate. Supongo que va perfecta para hacer una carnicería —se acercó a la chica inmovilizada que miraba con pavor la sierra—. Me han dicho que los Chunin hacen un juramento o alguna mierda así sobre proteger a sus inferiores. Yo voy a lanzar una pregunta al aire, si obtengo una respuesta, saldré de aquí tan contento y sin quitarle ninguna pierna a nadie.
La genin le dedicaba una de las miradas más aterrorizadas que había visto en su vida, aún así, no abría la boca, probablemente a sabiendas de que si lo hacía lo único que saldrá de ella son suplicas y llantos. El verdugo bajó la sierra hasta que tocó la carne expuesta de la chica, que ahogó un grito y cerró los ojos.
—¿Quien es el jinchuriki de vuestra villa? Un nombre y un apellido y nadie acabara saliendo por partes de aquí.
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