11/09/2015, 11:46
Entre las cálidas noches de verano, una noche llegaría sin duda a ser la más calurosa de todas para la aldea de Kusagakure.
Las ventanas brotaron de pronto de una magnífica iluminación, y eso que las persianas estaban bajadas. El cuarto del albino se iluminó como en una de las mejores mañanas de la mencionada estación. Evidentemente, algo fallaba... hacía apenas un par de horas que se había echado a dormir, era imposible que fuese ya de noche. Aún debían de haber unos cuantos pares de horas para ello.
El chico entreabrió los ojos, apartándose lo que empezaba a ser legaña de los ojos. Antes que la misma iluminación, los ruidos le alertaron. Gritos por doquier pidiendo auxilio, chispazos de metales golpeando contra algún objetivo, llantos, grandes pesos cayendo... ésta situación se le hacía familiar.
Sin perder un segundo, se alzó como un rayo desde su cama, y se acercó hasta la ventana. Apartando dos tramos de la persiana entre sí, procedió a observar desde su anonimato. Gran sorpresa se llevó al hacerlo. Sus ojos se abrieron como platos, pese a su habitual disposición déspota y fría.
Frente a él, los metales volaban hacia un monstruo que tan solo habría visto alguna vez en algún libro. El bichejo en sí era enorme, demasiado grande... quizás era mas grande a lo que "enorme" llegaba a abarcar. Mitad caballo, mitad delfín... o a saber qué clase de mezcla magistral de animales habían entre esas pezuñas y cuerpo titánico. Fuere como fuere, eso era la causa de todo el terror y el caos que reinaba en esos momentos en la aldea. Nadie parecía estar a salvo, de hecho, el bicho ese llevaba medio techado de un dojo en su cornamenta... los dojos no habían servido como refugio. El Senju miró hacia la salida mas obvia, pero al parecer ese había sido su objetivo hacía tiempo.
«Ummm... esto pinta muy mal... es como una ratonera. Estamos atrapados con esa cosa... ¿Donde coño estará el viejo? Ya va tarde al trabajo...»
Sin pensar dos segundos mas, el chico se vistió mas rápido que la cabra que se come los deberes. Sin tomar tan siquiera tiempo para respirar, tomó también consigo todas sus armas y útiles ninja, que tampoco eran demasiados. Se ciñó bien por encima su capa de viaje negra, y se sobrepuso la capucha de la misma.
«Bueno... a ver que sucede. Pero yo no me voy a quedar dentro de un edificio, eso seguro. ¿Sería esta cosa la que provocó el derrumbamiento del vivero donde trabajaba mamá?»
Con lo que le sucedió en aquella ocasión en mente, lo único que tenía claro es que no moriría bajo los escombros. Si había algo peor que eso, era ver como tu madre se iba de rosas dejándote a tu suerte. En ésta ocasión no iba a poder sufrir de la segunda manera, pero tampoco era una experiencia particularmente agradable como para volver a repetir.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico se encaminó hasta la puerta de su casa. Allí, dio un salto sobre sus botas, y se las ajustó con una brevedad impresionante. Tras ello, salió de su habitáculo. Sin embargo, una vez salió, quedó en blanco.
—¿Y ahora qué...?—
Evidentemente, se enfrentaba a una encrucijada. ¿Qué debía hacer? Combatir era una opción absurda, ni tan siquiera los jounin le estaban haciendo frente a esa cosa. Huir era más que disparatado, puesto que la única salida se había convertido en una trampa mortal. Refugiarse se había visto revocado por acto del caballo con cuernos. ¿Esconderse?
«...y pensar que mi sueño echo realidad se puede convertir en mi peor pesadilla... no debería morir aquí, aún hay muchas personas... Kusagakure no es mas que un punto en un mapa enorme...»
Castigado con numerosas cosas en que pensar, el chico quedó fijo tras su puerta, recostado en la misma con una absurda sonrisa que se distinguía a leguas bajo su capucha.
Las ventanas brotaron de pronto de una magnífica iluminación, y eso que las persianas estaban bajadas. El cuarto del albino se iluminó como en una de las mejores mañanas de la mencionada estación. Evidentemente, algo fallaba... hacía apenas un par de horas que se había echado a dormir, era imposible que fuese ya de noche. Aún debían de haber unos cuantos pares de horas para ello.
El chico entreabrió los ojos, apartándose lo que empezaba a ser legaña de los ojos. Antes que la misma iluminación, los ruidos le alertaron. Gritos por doquier pidiendo auxilio, chispazos de metales golpeando contra algún objetivo, llantos, grandes pesos cayendo... ésta situación se le hacía familiar.
Sin perder un segundo, se alzó como un rayo desde su cama, y se acercó hasta la ventana. Apartando dos tramos de la persiana entre sí, procedió a observar desde su anonimato. Gran sorpresa se llevó al hacerlo. Sus ojos se abrieron como platos, pese a su habitual disposición déspota y fría.
Frente a él, los metales volaban hacia un monstruo que tan solo habría visto alguna vez en algún libro. El bichejo en sí era enorme, demasiado grande... quizás era mas grande a lo que "enorme" llegaba a abarcar. Mitad caballo, mitad delfín... o a saber qué clase de mezcla magistral de animales habían entre esas pezuñas y cuerpo titánico. Fuere como fuere, eso era la causa de todo el terror y el caos que reinaba en esos momentos en la aldea. Nadie parecía estar a salvo, de hecho, el bicho ese llevaba medio techado de un dojo en su cornamenta... los dojos no habían servido como refugio. El Senju miró hacia la salida mas obvia, pero al parecer ese había sido su objetivo hacía tiempo.
«Ummm... esto pinta muy mal... es como una ratonera. Estamos atrapados con esa cosa... ¿Donde coño estará el viejo? Ya va tarde al trabajo...»
Sin pensar dos segundos mas, el chico se vistió mas rápido que la cabra que se come los deberes. Sin tomar tan siquiera tiempo para respirar, tomó también consigo todas sus armas y útiles ninja, que tampoco eran demasiados. Se ciñó bien por encima su capa de viaje negra, y se sobrepuso la capucha de la misma.
«Bueno... a ver que sucede. Pero yo no me voy a quedar dentro de un edificio, eso seguro. ¿Sería esta cosa la que provocó el derrumbamiento del vivero donde trabajaba mamá?»
Con lo que le sucedió en aquella ocasión en mente, lo único que tenía claro es que no moriría bajo los escombros. Si había algo peor que eso, era ver como tu madre se iba de rosas dejándote a tu suerte. En ésta ocasión no iba a poder sufrir de la segunda manera, pero tampoco era una experiencia particularmente agradable como para volver a repetir.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico se encaminó hasta la puerta de su casa. Allí, dio un salto sobre sus botas, y se las ajustó con una brevedad impresionante. Tras ello, salió de su habitáculo. Sin embargo, una vez salió, quedó en blanco.
—¿Y ahora qué...?—
Evidentemente, se enfrentaba a una encrucijada. ¿Qué debía hacer? Combatir era una opción absurda, ni tan siquiera los jounin le estaban haciendo frente a esa cosa. Huir era más que disparatado, puesto que la única salida se había convertido en una trampa mortal. Refugiarse se había visto revocado por acto del caballo con cuernos. ¿Esconderse?
«...y pensar que mi sueño echo realidad se puede convertir en mi peor pesadilla... no debería morir aquí, aún hay muchas personas... Kusagakure no es mas que un punto en un mapa enorme...»
Castigado con numerosas cosas en que pensar, el chico quedó fijo tras su puerta, recostado en la misma con una absurda sonrisa que se distinguía a leguas bajo su capucha.