12/09/2015, 23:51
Y siguieron discutiendo acaloradamente entre sí durante al menos un minuto más, tratando de explicarse qué demonios acababa de ocurrir ante sus ojos, mientras el tercero de los bandidos se reía entre dientes de aquella forma tan escalofriante. Parecía completamente ajeno a la situación. Aquella situación era una oportunidad perfecta, y el chico no dudó en utilizarla a su favor.
Utilizando sus piernas como muelle, el genin se despegó de la pared con un potente salto. El movimiento llamó la atención de los malhechores, pero ya era muy tarde para ellos. Su brazo se había inflado de una manera completamente antinatural y casi grotesca, y terminó por impactar, como si de un martillo hidráulico se tratara, contra la cabeza del asaltante más corpulento. El hombre salió despedido en consecuencia contra la pared más cercana, y el golpe que se dio contra la pared de ladrillos retumbó por todo el callejón como un gong.
—Je... ¡Jefe! —exclamó el larguirucho.
—Jijijijiji —se seguía riendo el desgarbado.
Pero el jefe de los bandidos no podía escucharles. Yacía completamente inconsciente en el suelo de asfalto, y un hilillo de sangre brotaba desde alguna parte de su cabeza. Aterrorizados ante la visión de su líder vencido de aquella manera, los otros dos hombres salieron corriendo entre alaridos de pavor.
Y sólo entonces, el enorme charco que bañaba el callejón se removió y se moldeó hasta adoptar la forma de una chiquilla que se frotaba la cabeza con gesto dolorido y al mismo tiempo aterrorizado. Pero, al contrario de lo que podría cualquiera imaginar, sus ojos, abiertos de par en par, estaban clavados en el genin.
—C... Co... ¿Cómo has hecho eso...? —preguntó.
Como si la sobrenatural fuerza de su compañero fuera más extraña que su capacidad para convertir su cuerpo en agua.
Utilizando sus piernas como muelle, el genin se despegó de la pared con un potente salto. El movimiento llamó la atención de los malhechores, pero ya era muy tarde para ellos. Su brazo se había inflado de una manera completamente antinatural y casi grotesca, y terminó por impactar, como si de un martillo hidráulico se tratara, contra la cabeza del asaltante más corpulento. El hombre salió despedido en consecuencia contra la pared más cercana, y el golpe que se dio contra la pared de ladrillos retumbó por todo el callejón como un gong.
—Je... ¡Jefe! —exclamó el larguirucho.
—Jijijijiji —se seguía riendo el desgarbado.
Pero el jefe de los bandidos no podía escucharles. Yacía completamente inconsciente en el suelo de asfalto, y un hilillo de sangre brotaba desde alguna parte de su cabeza. Aterrorizados ante la visión de su líder vencido de aquella manera, los otros dos hombres salieron corriendo entre alaridos de pavor.
Y sólo entonces, el enorme charco que bañaba el callejón se removió y se moldeó hasta adoptar la forma de una chiquilla que se frotaba la cabeza con gesto dolorido y al mismo tiempo aterrorizado. Pero, al contrario de lo que podría cualquiera imaginar, sus ojos, abiertos de par en par, estaban clavados en el genin.
—C... Co... ¿Cómo has hecho eso...? —preguntó.
Como si la sobrenatural fuerza de su compañero fuera más extraña que su capacidad para convertir su cuerpo en agua.