14/09/2015, 04:44
Kaido contempló la reacción del desconocido con una extraña mueca azul que invadió de pronto su rostro. Se trataba de unas ganas de reír inmensas que debía controlar si no quería dañar su muy articulada broma, por lo que tapó su boca con ambas manos y se mantuvo quieto mientras el muchacho buscaba la procedencia de aquel que se había atrevido a soltar semejante mofa ante un acto tan honorable como lo era una oración.
Ese instante le sirvió de provecho al tiburón para mirar más de cerca a su interlocutor y hacerse una idea de quién podía ser. Así pues, contempló su vestimenta, su forma de actuar y alguno que otro detalle pero nada le podía decir algo exacto. Sin embago, cuando llegó hasta la altura de su cuello pudo detectar una pequeña banda metálica muy similar a la suya aunque sobre la base reposaba un signo totalmente ajeno al que él llevaba en su frente con orgullo. Eran un par de líneas zigzageantes que sólo significaban una cosa.
El joven pertenecía a la desconocida aldea de Kusagakure.
Si fuera otra persona más prudente de lo que Kaido era, se habría retractado de sus actos y habría o huido para no tener problemas o por lo menos pedido una disculpa por el mal rollo. Pero a él en particular no le importaba en lo absoluto quien o que pudiera estar frente a él, lo cual podría traerle mayores problemas en un futuro. Pero por ahora se trataba de un juego entre niños posiblemente recién graduados, incapaces de hacerse demasiado daño el uno al otro, al menos hasta el punto en el que la muerte bajara de su trono con hoz en mano dispuesto a completar el trabajo.
Pero de cualquier manera, antes de que el autoproclamado rey del océano pudiera continuar con su plan para tomarle el pelo al desconocido, el muchacho de cabellos negros volvió a intervenir y esta vez siendo más directo y amenazante. De nuevo algo se revolvió en el estómago de Kaido y de repente la arboleda que le cubría se comenzó a mover deliberadamente.
Una sonora carcajada atizó los oídos de los presentes. La presencia del tiburón había sido revelada, por lo que se obligó a salir de allí con las manos en los ojos. Se limpiaba un par de lágrimas que la risa le había hecho soltar.
«Joder... con lo mal que me hace perder líquido» Se advirtió el Hozuki.
—Lo siento compañero, pero no puedes rezarle a una puta estatua y esperar que quien lo presenciara no aprovechara la oportunidad para gastarte una pequeña broma —dejó entrever su filada hilera de dientes y volvió a intervenir—. no, pero guay... no está mal tenerle fe a un trío de cadáveres que nos dejaron hace doscientos años aproximadamente.
A pesar de su hostilidad, el tiburón dejó estirada su mano y estuvo dispuesto a presentarse.
—Soy Kaido. ¿Tú como te llamas, creyente?
Ese instante le sirvió de provecho al tiburón para mirar más de cerca a su interlocutor y hacerse una idea de quién podía ser. Así pues, contempló su vestimenta, su forma de actuar y alguno que otro detalle pero nada le podía decir algo exacto. Sin embago, cuando llegó hasta la altura de su cuello pudo detectar una pequeña banda metálica muy similar a la suya aunque sobre la base reposaba un signo totalmente ajeno al que él llevaba en su frente con orgullo. Eran un par de líneas zigzageantes que sólo significaban una cosa.
El joven pertenecía a la desconocida aldea de Kusagakure.
Si fuera otra persona más prudente de lo que Kaido era, se habría retractado de sus actos y habría o huido para no tener problemas o por lo menos pedido una disculpa por el mal rollo. Pero a él en particular no le importaba en lo absoluto quien o que pudiera estar frente a él, lo cual podría traerle mayores problemas en un futuro. Pero por ahora se trataba de un juego entre niños posiblemente recién graduados, incapaces de hacerse demasiado daño el uno al otro, al menos hasta el punto en el que la muerte bajara de su trono con hoz en mano dispuesto a completar el trabajo.
Pero de cualquier manera, antes de que el autoproclamado rey del océano pudiera continuar con su plan para tomarle el pelo al desconocido, el muchacho de cabellos negros volvió a intervenir y esta vez siendo más directo y amenazante. De nuevo algo se revolvió en el estómago de Kaido y de repente la arboleda que le cubría se comenzó a mover deliberadamente.
Una sonora carcajada atizó los oídos de los presentes. La presencia del tiburón había sido revelada, por lo que se obligó a salir de allí con las manos en los ojos. Se limpiaba un par de lágrimas que la risa le había hecho soltar.
«Joder... con lo mal que me hace perder líquido» Se advirtió el Hozuki.
—Lo siento compañero, pero no puedes rezarle a una puta estatua y esperar que quien lo presenciara no aprovechara la oportunidad para gastarte una pequeña broma —dejó entrever su filada hilera de dientes y volvió a intervenir—. no, pero guay... no está mal tenerle fe a un trío de cadáveres que nos dejaron hace doscientos años aproximadamente.
A pesar de su hostilidad, el tiburón dejó estirada su mano y estuvo dispuesto a presentarse.
—Soy Kaido. ¿Tú como te llamas, creyente?