10/09/2018, 23:24
Cuando Daruu entró en el Edificio de la Arashikage, se encontró con un panorama inusualmente vacío. Apenas había unos pocos shinobi que trabajaban allí yendo de aquí para allá, atareados, y un par de equipos de genin reunidos con sus sensei cuchicheando entre ellos algún que otro detalle o anécdota de la misión que acababan de cumplir.
Los pasos del recién ascendido Chūnin, resonaron sobre las baldosas de mármol en su camino hasta la recepción. Detrás de la mesa de madera, sobre un chirriante sillón de cuero negro el bien llamado "El Veterano", Bayashi Hida, un hombre que superaba los cincuenta años, aguardaba. Debía su apodo a las mil y una leyendas que circulaban alrededor de la figura del experto en Kenjutsu y de la promesa que se hizo a sí mismo de no cortarse la barba ni los cabellos hasta que no encontrara a algún oponente en la espada que pudiera hacerle frente. Y debía de estar yendo bien, porque la nieve de las canas ya se había impreso en su pelo y este le caía, por delante y por detrás, hasta más allá de la mitad del tronco.
Hida respondió a la inclinación de Daruu con otra lenta, solemne y majestuosa.
—Buenas tardes, Amedama-san —correspondió al saludo, tan educado y formal como siempre—. Arashikage-sama se encuentra en estos momentos en su despacho. No tendrá ningún problema en recibirte —le respondió, señalando con un gesto de su mano hacia su izquierda, hacia el armatoste de metal que hacía las veces de ascensor hidráulico—. Ya lo sabes. Último piso. Ah, y felicidades por tu ascenso, por cierto —sonrió, afable.
Los pasos del recién ascendido Chūnin, resonaron sobre las baldosas de mármol en su camino hasta la recepción. Detrás de la mesa de madera, sobre un chirriante sillón de cuero negro el bien llamado "El Veterano", Bayashi Hida, un hombre que superaba los cincuenta años, aguardaba. Debía su apodo a las mil y una leyendas que circulaban alrededor de la figura del experto en Kenjutsu y de la promesa que se hizo a sí mismo de no cortarse la barba ni los cabellos hasta que no encontrara a algún oponente en la espada que pudiera hacerle frente. Y debía de estar yendo bien, porque la nieve de las canas ya se había impreso en su pelo y este le caía, por delante y por detrás, hasta más allá de la mitad del tronco.
Hida respondió a la inclinación de Daruu con otra lenta, solemne y majestuosa.
—Buenas tardes, Amedama-san —correspondió al saludo, tan educado y formal como siempre—. Arashikage-sama se encuentra en estos momentos en su despacho. No tendrá ningún problema en recibirte —le respondió, señalando con un gesto de su mano hacia su izquierda, hacia el armatoste de metal que hacía las veces de ascensor hidráulico—. Ya lo sabes. Último piso. Ah, y felicidades por tu ascenso, por cierto —sonrió, afable.