17/09/2015, 11:56
Cuando Ichiro se giró hacia ella, no le pasó desapercibido el hecho de que respiraba de manera acelerada, como si hubiese puesto una cantidad de energía en aquel brutal ataque. Sin embargo, lejos de responder a su pregunta, se quedó mirándola durante unos tensos segundos y después dirigió un murmullo al viento que no logró comprender.
—¿Cómo dices? No te he oído... —murmuró, ladeando ligeramente el rostro.
Pero, nuevamente, no encontró una respuesta. El chico se dirigió al bandido, que ahora yacía inconsciente en el suelo, y se puso a rebuscar en sus bolsillos. Ayame no pudo evitar torcer ligeramente el rostro cuando observó que no sólo tomaba el dinero que le habían robado, sino algunas monedas sueltas más.
—No deberías hacer eso... —al final no logró contener su lengua por más tiempo—. Con recuperar tu dinero es suficiente, no tienes por qué convertirte en alguien como ellos.
Aún así, debía admitir que tenía razón. Era probable que los compinches del bandido hubiesen pedido ayuda, y aún en el caso de que no lo hubieran hecho, el grandullón podría llegar a despertar en cualquier momento.
—Está bien —asintió, y en cuanto su acompañante hizo mención al ramen, los ojos de Ayame se iluminaron repentinamente—. ¡Un ramen! ¡Qué gran idea, creo que conozco el sitio perfecto!
Sin perder un instante, salió del callejón para entrar en la gran avenida por la que había venido persiguiendo al chico. Sus pasos eran seguros, sabía perfectamente dónde le estaba conduciendo, y al cabo de unos cinco minutos se introdujo por una callejuela más discreta pero increíblemente acogedora. Un sutil aroma comenzaba a inundar el aire, y Ayame sintió que el estómago le gruñía en respuesta.
—Por cierto... creo que no recuerdo bien tu nombre... —le dijo repentinamente, con una sonrisa nerviosa pintada en sus labios—. ¿Era... Pinchiro?
—¿Cómo dices? No te he oído... —murmuró, ladeando ligeramente el rostro.
Pero, nuevamente, no encontró una respuesta. El chico se dirigió al bandido, que ahora yacía inconsciente en el suelo, y se puso a rebuscar en sus bolsillos. Ayame no pudo evitar torcer ligeramente el rostro cuando observó que no sólo tomaba el dinero que le habían robado, sino algunas monedas sueltas más.
—No deberías hacer eso... —al final no logró contener su lengua por más tiempo—. Con recuperar tu dinero es suficiente, no tienes por qué convertirte en alguien como ellos.
Aún así, debía admitir que tenía razón. Era probable que los compinches del bandido hubiesen pedido ayuda, y aún en el caso de que no lo hubieran hecho, el grandullón podría llegar a despertar en cualquier momento.
—Está bien —asintió, y en cuanto su acompañante hizo mención al ramen, los ojos de Ayame se iluminaron repentinamente—. ¡Un ramen! ¡Qué gran idea, creo que conozco el sitio perfecto!
Sin perder un instante, salió del callejón para entrar en la gran avenida por la que había venido persiguiendo al chico. Sus pasos eran seguros, sabía perfectamente dónde le estaba conduciendo, y al cabo de unos cinco minutos se introdujo por una callejuela más discreta pero increíblemente acogedora. Un sutil aroma comenzaba a inundar el aire, y Ayame sintió que el estómago le gruñía en respuesta.
—Por cierto... creo que no recuerdo bien tu nombre... —le dijo repentinamente, con una sonrisa nerviosa pintada en sus labios—. ¿Era... Pinchiro?