18/09/2018, 14:10
Etsu y Daigo corrieron por las calles de su Villa como uzujines persiguiendo a un jinchūriki ajeno. A veces, saltando de tejado en tejado o de árbol en árbol para atajar. Quince minutos más tarde, y ya con el sudor perlándoles la frente, llegaron a las puertas de Kusagakure. Tras enseñar el pergamino al guardia, cruzaron el gran puente que salvaba la enorme zanja de más de cien metros que rodeaba la aldea.
Fue allí cuando lo vieron. Justo al final del puente.
—¿¡Los ninjas que contraté!? —preguntó el hombre nada más verlos, impaciente—. ¡Soy Shakkin!
Era alto y flacucho, de gafas redondas y pelo largo recogido en una coleta. Se le apreciaban las entradas, tenía patillas anchas y largas y la cara huesuda. Lo que más destacaba, sin embargo, era el moretón en su ojo derecho, así como su labio superior hinchado. Alguien le había pegado, y no había sido hace mucho.
A su lado, un caballo negro, que movía la cabeza, incómodo, ante el firme agarre de las riendas que ejercía el hombre.
Fue allí cuando lo vieron. Justo al final del puente.
—¿¡Los ninjas que contraté!? —preguntó el hombre nada más verlos, impaciente—. ¡Soy Shakkin!
Era alto y flacucho, de gafas redondas y pelo largo recogido en una coleta. Se le apreciaban las entradas, tenía patillas anchas y largas y la cara huesuda. Lo que más destacaba, sin embargo, era el moretón en su ojo derecho, así como su labio superior hinchado. Alguien le había pegado, y no había sido hace mucho.
A su lado, un caballo negro, que movía la cabeza, incómodo, ante el firme agarre de las riendas que ejercía el hombre.