Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
(Enlace al tema del tablón). Soy Daruu. Utilizaré un hueco de Narrador para esta misión. Los mensajes en los que Kenzou aparezca serán con la cuenta de Kenzou.
Turnos y participantes: Daruu, Daigo
Normas y aclaraciones: 72 horas de mensaje en mensaje, aviso si se va a retrasar, no se permiten retrasos seguidos salvo ausencia justificada. Al tercer retraso o tras un retraso sin ausencia justificada de suficiente duración (7 días), puedo considerar manipular al personaje y/o dar por finalizada o fracasada la misión.
A Daigo se le han dado unas instrucciones concretas: Morikage-sama le busca para encargarle una misión. Se le ha indicado acudir al Edificio del Morikage y subir hasta la última planta, pasando por su despacho, donde el viejo líder dispone de un tatami cubierto. Tiene permiso y autoridad para subir hasta allí. Daigo, tienes que rolear cómo apareces ya en el lugar, omitiendo cualquier introducción.
Llovía, signo inequívoco de que el invierno ya estaba allí. Lejos de achantarse, el fresco le sentaba bien a Kusagakure, un lugar donde en otra época solía hacer un calor terrible. Por eso, Kenzou había subido al tatami y se había sentado a meditar y a sentir la brisa, mientras se perdía, con los ojos cerrados, en el sonido de la lluvia. Esperaba, paciente, al joven entusiasta al que había decidido encomendar aquella misión por recomendación de su mano derecha, Yubiwa, que había constatado que necesitaba un empujón porque se lo había encontrado bastante desanimado.
A pesar del estruendo del agua, los pasos sobre el tatami le confesaron que tenía visita. Abrió los ojos.