25/09/2015, 18:57
(Última modificación: 27/10/2015, 18:43 por Aotsuki Ayame.)
Una sonrisa nerviosa asomó a los labios de Ayame, que no parecía haberse dado cuenta de que se había dejado olvidado el paraguas en el callejón donde habían sido atacados y la lluvia caía sobre ella como una suave caricia por su rostro y su cuerpo.
—¡Ah! ¡Es cierto, discúlpame, Ichiro-san! —exclamó, pese al indicativo del disminutivo que le había dado, y se llevó la mano a la nuca. Sin embargo, sus ojos se habían ensombrecido un tanto.
«Es un Hōzuki...» Un escalofrío recorrió su espina dorsal. En aquellos momentos, su mente estaba muy lejos de allí, recordando aquella noche... Quizás fueron aquellas angustiosas memorias las que le impidieron escuchar la broma de Ichiro, y no respondió a ellas siquiera con una sonrisa.
La sacó de sus pensamientos con una nueva intervención, una que no le hizo demasiada gracia. Ayame se llevó la mano a la frente en un gesto inconsciente, asegurándose de que la bandana seguía firmemente atada a aquel lugar. No encontró las palabras adecuadas con las que responder que no fuera un débil balbuceo, por lo que prefirió seguir guardando silencio. Bien sabía que había sido una inocente broma, pero aquel hecho no la hería menos.
Lo que sí le interesaba a Ichiro era descubrir cómo había desaparecido de aquella manera en el agua, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza, sopesando las posibilidades.
«Si es un Hōzuki debe saberlo a la perfección... Pero quizás debería ser discreta...»
Para aquel entonces habían llegado a la puerta de un discreto puesto de ramen, y Ayame se había detenido de manera abrupta ante ella. El local estaba iluminado con farolillos clásicos y, en contraste, unas enormes luces de neón sobre el techo que rezaban "Udon Ramen". El inconfundible aroma provenía de su interior, donde apenas unas pocas personas degustaban sus platos con el único ruido del sorbo del caldo.
—Una simple técnica de Suiton —se encogió de hombros, indiferente. Había visto a su padre y a su hermano ejecutar centenares de veces aquella burda imitación del verdadero Suika no Jutsu, sobre todo para burlar su atención durante los entrenamientos. Para ojos ajenos, no había una gran diferencia entre una técnica y otra, pero para alguien que lo conociera de verdad...
Ayame se removió en el sitio, evidentemente incómoda. No podía dejar de pensar en los Hōzuki que habían irrumpido en su casa aquella noche. ¿Y si Ichiro era uno de ellos? No estaba a salvo, y debía acabar con aquello cuanto antes.
—¡Ay, qué cabeza la mía! Acabo de acordarme de... de... ¡de que se me ha olvidado una cosa muy importante que no puede esperar!
Se dio media vuelta, sin tan siquiera aguardar una respuesta por parte de su acompañante. Y como una gacela saltó encima de un edificio próximo y no tardó en perderse en la cortina de lluvia.
«Esta mañana no llovía...» Ahora la que tenía miedo era ella.
—¡Ah! ¡Es cierto, discúlpame, Ichiro-san! —exclamó, pese al indicativo del disminutivo que le había dado, y se llevó la mano a la nuca. Sin embargo, sus ojos se habían ensombrecido un tanto.
«Es un Hōzuki...» Un escalofrío recorrió su espina dorsal. En aquellos momentos, su mente estaba muy lejos de allí, recordando aquella noche... Quizás fueron aquellas angustiosas memorias las que le impidieron escuchar la broma de Ichiro, y no respondió a ellas siquiera con una sonrisa.
La sacó de sus pensamientos con una nueva intervención, una que no le hizo demasiada gracia. Ayame se llevó la mano a la frente en un gesto inconsciente, asegurándose de que la bandana seguía firmemente atada a aquel lugar. No encontró las palabras adecuadas con las que responder que no fuera un débil balbuceo, por lo que prefirió seguir guardando silencio. Bien sabía que había sido una inocente broma, pero aquel hecho no la hería menos.
Lo que sí le interesaba a Ichiro era descubrir cómo había desaparecido de aquella manera en el agua, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza, sopesando las posibilidades.
«Si es un Hōzuki debe saberlo a la perfección... Pero quizás debería ser discreta...»
Para aquel entonces habían llegado a la puerta de un discreto puesto de ramen, y Ayame se había detenido de manera abrupta ante ella. El local estaba iluminado con farolillos clásicos y, en contraste, unas enormes luces de neón sobre el techo que rezaban "Udon Ramen". El inconfundible aroma provenía de su interior, donde apenas unas pocas personas degustaban sus platos con el único ruido del sorbo del caldo.
—Una simple técnica de Suiton —se encogió de hombros, indiferente. Había visto a su padre y a su hermano ejecutar centenares de veces aquella burda imitación del verdadero Suika no Jutsu, sobre todo para burlar su atención durante los entrenamientos. Para ojos ajenos, no había una gran diferencia entre una técnica y otra, pero para alguien que lo conociera de verdad...
Ayame se removió en el sitio, evidentemente incómoda. No podía dejar de pensar en los Hōzuki que habían irrumpido en su casa aquella noche. ¿Y si Ichiro era uno de ellos? No estaba a salvo, y debía acabar con aquello cuanto antes.
—¡Ay, qué cabeza la mía! Acabo de acordarme de... de... ¡de que se me ha olvidado una cosa muy importante que no puede esperar!
Se dio media vuelta, sin tan siquiera aguardar una respuesta por parte de su acompañante. Y como una gacela saltó encima de un edificio próximo y no tardó en perderse en la cortina de lluvia.
«Esta mañana no llovía...» Ahora la que tenía miedo era ella.