31/10/2018, 03:26
"Este sujeto tiene un tacto que brilla por su ausencia. Y el otro va y solo da unas respuestas de manual de la academia, ha de ser de esos qué se la pasaban tratando de sacar buenas notas para complacer a los profesores. Al menos el cara de moribundo parece ser algo más empático que el pelón. No me gusta como se ve esto, pues a última instancia me tocará cooperar única y exclusivamente con Hyūga. ¿Por qué habrán dejado que este calvo fuese quién dirija la misión? No ha hecho más que comportarse de forma pedante sin dar indicaciones, instrucciones ni nada por el estilo. Estoy casi seguro qué cuando lleguemos al lugar solo se pondrá a dar órdenes como un capataz. Si no fuera porque estamos de misión intentaría sonsacar información al respecto sobre su actitud, pero tampoco quiero dejar una mala marca en mi historial causando revuelo en mi primer trabajo. Sólo de imaginarme la cara del abuelo veo venir la espada en mi garganta..."
—¡Awwww!— El brillo en los ojitos de la niña se volvió difuso, aguándose mientras empuñaba ambas manitas frente de sí. —¡Pero yo quería ver!— Refunfuñó decepcionada hasta que finalmente cruzó los brazos, infló los cachetes y volteó la cara molesta ante la respuesta del calvo.
El Yotsuki estaba dudoso de sí abrir la boca para sembrar aún más sisaña o de intentar contentar a la pequeña. Sin embargo, debía escoger bien sus palabras. Era cuestión de ser audaz para llevar el ritmo de la conversación a su favor. "No sé si valga la pena, pero mi corazón me dice que si puedo ayudar en algo más debo esforzarme por ello." Cualquier progreso era beneficioso.
—¿Tan seguro estás de que no va a haber complicaciones?— Se cruzó de brazos mientras mantenía una sonrisa más mordaz que cordial. —No hemos llegado al lugar cómo para saber el nivel de desastre.
"¡Claaaaro que sí nena!"
—Sólo quiero añadir que no me gusta sacar conclusiones apresuradas fiándome de un papel sin constatar la situación— Cerró los ojos y se recostó en la madera, apoyando sus brazos en el borde del transporte mientras dejaba que la suave brisa acariciara sus cabellos. —No los molesto más, pues se ve que ustedes quieren mantenerse dentro de sus propias zonas de confort. Eso era todo lo que iba a comentar—. Remató con total calma, al punto que parecía desinterés. No le iban a sacar más palabras a menos que fuese estrictamente necesario.
El resto del trayecto transcurriría en silencio. La pequeña nieta del cliente jugaría con algunas de sus muñecas, hasta quedarse dormida del aburrimiento por el pesado ambiente que existía entre los genins.
Las horas pasarían, el cielo se oscurecería pero la lluvia no cesaría. Viajar en la carreta les había ahorrado la fatiga de la caminata, pero tarde o temprano deberían detenerse para pasar la noche en algún lugar. Al transitar por el camino, Rōga se percataría que les rodeaban algunos campos con distintos cultivos, siendo estos de algunas de las tantas granjas qué se encontraban dispersas a lo largo y ancho de los Campos de la Tormenta. Durante algunos instantes, sentirían un bajón de velocidad en su transporte, justo cuando se aproximaban a una casa con un gran granero detrás.
—¡Hey! Pongan atención— Habló fuertemente el anciano desde su asiento de conductor. La voz del anciano sonó tan fuerte que incluso la pequeña Warakko despertó de sus sueños. —¡Pasaremos la noche en la granja de un conocido mío! Esta será nuestra única parada antes de llegar a Fukui, mañana a primera hora seguiremos nuestro camino— Dijo mientras se detenía lentamente ante el establo del lugar. —Bájense en lo que amarro al burro— Indicó.
—Lo que usted diga...— Comentó desganado mientras estiraba sus brazos, puesto que no viajó para nada cómodo con aquel traqueteo.
—¡La casa del tío Uruku!— La niña hizo el esfuerzo por salir lo más rápido posible y corrió directamente a tocar la puerta de aquel humilde hogar. —¡Tío Uruku!— Golpeó varias veces el portón.
—¡Que no soy tu tío!— Respondió una voz del otro lado, aunque inmediatamente después la puerta se abrió, dejando a la vista a un hombre alto, fornido y moreno, con cabellos color carbón. —¡Pero no por eso no voy a darte un abrazo!— Sonriente, tomó a la niña entre sus brazos mientras pegaba su mejilla a la de ella cómo si de verdad fuesen familia. —¡Vaya! ¿Y estos jovenzuelos?— Preguntaría al percatarse de la presencia de los shinobis de Amegakure.
—¡Awwww!— El brillo en los ojitos de la niña se volvió difuso, aguándose mientras empuñaba ambas manitas frente de sí. —¡Pero yo quería ver!— Refunfuñó decepcionada hasta que finalmente cruzó los brazos, infló los cachetes y volteó la cara molesta ante la respuesta del calvo.
El Yotsuki estaba dudoso de sí abrir la boca para sembrar aún más sisaña o de intentar contentar a la pequeña. Sin embargo, debía escoger bien sus palabras. Era cuestión de ser audaz para llevar el ritmo de la conversación a su favor. "No sé si valga la pena, pero mi corazón me dice que si puedo ayudar en algo más debo esforzarme por ello." Cualquier progreso era beneficioso.
—¿Tan seguro estás de que no va a haber complicaciones?— Se cruzó de brazos mientras mantenía una sonrisa más mordaz que cordial. —No hemos llegado al lugar cómo para saber el nivel de desastre.
"¡Claaaaro que sí nena!"
—Sólo quiero añadir que no me gusta sacar conclusiones apresuradas fiándome de un papel sin constatar la situación— Cerró los ojos y se recostó en la madera, apoyando sus brazos en el borde del transporte mientras dejaba que la suave brisa acariciara sus cabellos. —No los molesto más, pues se ve que ustedes quieren mantenerse dentro de sus propias zonas de confort. Eso era todo lo que iba a comentar—. Remató con total calma, al punto que parecía desinterés. No le iban a sacar más palabras a menos que fuese estrictamente necesario.
El resto del trayecto transcurriría en silencio. La pequeña nieta del cliente jugaría con algunas de sus muñecas, hasta quedarse dormida del aburrimiento por el pesado ambiente que existía entre los genins.
Las horas pasarían, el cielo se oscurecería pero la lluvia no cesaría. Viajar en la carreta les había ahorrado la fatiga de la caminata, pero tarde o temprano deberían detenerse para pasar la noche en algún lugar. Al transitar por el camino, Rōga se percataría que les rodeaban algunos campos con distintos cultivos, siendo estos de algunas de las tantas granjas qué se encontraban dispersas a lo largo y ancho de los Campos de la Tormenta. Durante algunos instantes, sentirían un bajón de velocidad en su transporte, justo cuando se aproximaban a una casa con un gran granero detrás.
—¡Hey! Pongan atención— Habló fuertemente el anciano desde su asiento de conductor. La voz del anciano sonó tan fuerte que incluso la pequeña Warakko despertó de sus sueños. —¡Pasaremos la noche en la granja de un conocido mío! Esta será nuestra única parada antes de llegar a Fukui, mañana a primera hora seguiremos nuestro camino— Dijo mientras se detenía lentamente ante el establo del lugar. —Bájense en lo que amarro al burro— Indicó.
—Lo que usted diga...— Comentó desganado mientras estiraba sus brazos, puesto que no viajó para nada cómodo con aquel traqueteo.
—¡La casa del tío Uruku!— La niña hizo el esfuerzo por salir lo más rápido posible y corrió directamente a tocar la puerta de aquel humilde hogar. —¡Tío Uruku!— Golpeó varias veces el portón.
—¡Que no soy tu tío!— Respondió una voz del otro lado, aunque inmediatamente después la puerta se abrió, dejando a la vista a un hombre alto, fornido y moreno, con cabellos color carbón. —¡Pero no por eso no voy a darte un abrazo!— Sonriente, tomó a la niña entre sus brazos mientras pegaba su mejilla a la de ella cómo si de verdad fuesen familia. —¡Vaya! ¿Y estos jovenzuelos?— Preguntaría al percatarse de la presencia de los shinobis de Amegakure.