2/11/2018, 03:03
En el interior del edificio El Grifo Dorado se hizo brevemente el silencio cuando los dos genins abrieron las puertas y se internaron. De pronto, todas las miradas estaban puestas en ellos. Cuatro hombres, que hasta entonces estaban jugando a las cartas, alzaron y giraron las cabezas para verles. Un pequeño grupo de hombres y mujeres, de pie alrededor de la partida, también torcieron los cuellos para ver quiénes eran.
Una mujer regordeta, de pelo negro y ojos oscuros, clavó su mirada en ellos tras la barra. Otro hombre, de cabello largo atado en una cola de caballo, barba descuidada y ojos dilatados por el alcohol también trató de fijar su mirada en ellos. Cabe decir que no tuvo éxito.
Pero no fue sino un hombre de barriga cervecera, cabello corto y vestido con un kimono blanco quien se levantó del taburete. Sus ojos, azules, se fijaron en las bandanas de ambos. Tras un momento de duda, se acercó a ellos con pasos cortos. Tenía gafas redondas y un enorme bigote.
—¿Los ninjas de Kusagakure que solicite? —preguntó, en un tono esperanzado—. Mi nombre es Umichi Rourah.
Una mujer regordeta, de pelo negro y ojos oscuros, clavó su mirada en ellos tras la barra. Otro hombre, de cabello largo atado en una cola de caballo, barba descuidada y ojos dilatados por el alcohol también trató de fijar su mirada en ellos. Cabe decir que no tuvo éxito.
Pero no fue sino un hombre de barriga cervecera, cabello corto y vestido con un kimono blanco quien se levantó del taburete. Sus ojos, azules, se fijaron en las bandanas de ambos. Tras un momento de duda, se acercó a ellos con pasos cortos. Tenía gafas redondas y un enorme bigote.
—¿Los ninjas de Kusagakure que solicite? —preguntó, en un tono esperanzado—. Mi nombre es Umichi Rourah.