2/11/2018, 17:45
(Última modificación: 2/11/2018, 17:47 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Por Amenokami... —susurró Ayame debajo de su capucha, profundamente consternada.
Sus iris castaños, fijos en la estatua que se encontraba en el otro lado del acantilado, buscaban detrás de su antifaz con desesperación algo que bien sabía que no iba a encontrar. Daruu se lo había contado con anterioridad, pero hasta el momento no había tenido la oportunidad de verlo con sus propios ojos. Y si creía que se había horrorizado cuando lo había escuchado de los labios de Daruu, aquel sentimiento no tenía nada que ver con el que ahora ardía en su pecho. Y es donde debía estar tallada la cabeza de Sumizu Kouta, el primer Arashikage, ahora no había más que un hueco completamente vacío. Desaparecida. Evaporada. Desvanecida. No había rastro de aquel rostro anciano que antaño le había recordado a la de un mago surgido de un cuento, de sus largos cabellos y aquella barba tan larga. Nada más que unas que otras rocas esparcidas por el suelo como meros despojos.
¿Pero quién o qué podría haber hecho algo así? Con una precisión casi quirúrgica, el corte que había sentenciado la cabeza del Primer Arashikage seguía una trayectoria demasiado limpia como para tratarse de un un fenómeno natural como podría ser la erosión o un desprendimiento, de abajo a arriba y en diagonal. ¿Un ataque? ¿Pero de quién? Desde luego no podía tratarse de un civil. ¿Un shinobi? ¿Pero qué clase de shinobi podría poseer una técnica que pudiera hacer un daño así?
Sea como fuera, y si de verdad se había tratado de un ataque de un shinobi, aquello constituía un auténtico atentado contra su aldea. Y dificultaba enormemente la restauración de la paz entre las tres aldeas...
Ayame apretó sendos puños con rabia y, acumulando el chakra en la planta de los pies, comenzó a ascender entre largas zancadas el cuerpo de Sumizu Kouta.
Sus iris castaños, fijos en la estatua que se encontraba en el otro lado del acantilado, buscaban detrás de su antifaz con desesperación algo que bien sabía que no iba a encontrar. Daruu se lo había contado con anterioridad, pero hasta el momento no había tenido la oportunidad de verlo con sus propios ojos. Y si creía que se había horrorizado cuando lo había escuchado de los labios de Daruu, aquel sentimiento no tenía nada que ver con el que ahora ardía en su pecho. Y es donde debía estar tallada la cabeza de Sumizu Kouta, el primer Arashikage, ahora no había más que un hueco completamente vacío. Desaparecida. Evaporada. Desvanecida. No había rastro de aquel rostro anciano que antaño le había recordado a la de un mago surgido de un cuento, de sus largos cabellos y aquella barba tan larga. Nada más que unas que otras rocas esparcidas por el suelo como meros despojos.
¿Pero quién o qué podría haber hecho algo así? Con una precisión casi quirúrgica, el corte que había sentenciado la cabeza del Primer Arashikage seguía una trayectoria demasiado limpia como para tratarse de un un fenómeno natural como podría ser la erosión o un desprendimiento, de abajo a arriba y en diagonal. ¿Un ataque? ¿Pero de quién? Desde luego no podía tratarse de un civil. ¿Un shinobi? ¿Pero qué clase de shinobi podría poseer una técnica que pudiera hacer un daño así?
Sea como fuera, y si de verdad se había tratado de un ataque de un shinobi, aquello constituía un auténtico atentado contra su aldea. Y dificultaba enormemente la restauración de la paz entre las tres aldeas...
Ayame apretó sendos puños con rabia y, acumulando el chakra en la planta de los pies, comenzó a ascender entre largas zancadas el cuerpo de Sumizu Kouta.