3/11/2018, 23:40
(Última modificación: 3/11/2018, 23:40 por Aotsuki Ayame.)
Como kunoichi que era, su cuerpo entrenado no tuvo ningún tipo de problema a la hora de escalar el pétreo cuerpo del primer Arashikage. Es más, sus pies se posaban sobre la roca vertical con la misma facilidad y naturalidad que si estuviera corriendo por un sendero completamente llano. La intención de Ayame era escalar hasta el origen de la destrucción, y una vez allí estudiar el panorama que sin duda se encontraría, en busca de cualquier pista que pudiera aclararle qué tipo de acontecimiento se había producido en aquel lugar para que Sumizu Kouta terminara sin cabeza.
Sin embargo, lo que menos se esperaba era lo que encontró una vez dio el último salto y aterrizó sobre la parte llana.
No estaba sola. Al parecer, otra persona había tenido la misma idea que ella, y ahora se paseaba de aquí para allá observando las rocas. Vestía una larga túnica blanca y ocultaba su rostro bajo una capucha similar a la que utilizaba Ayame, pero la muchacha llegó a atisbar unos labios pintados de negro. No llegó a atisbar ninguna bandana representativa de ninguna aldea, pero Ayame supuso que si había conseguido llegar hasta allí arriba, o bien era una experta escaladora (cosa que no parecía) o bien era una kunoichi como ella.
A Ayame le habría gustado disfrutar de un estudio de aquella zona en soledad, pero la suerte no parecía sonreírle en aquel instante. Fuera como fuera, y pretendiendo pasar lo más desapercibida posible, Ayame ajustó la capucha sobre su cabeza e intentó alejarse de su rango de visión en completo silencio.
Intención que se vio truncada enseguida.
—Esto... ¿hola?
Aquella voz masculina logró sobresaltarla. Cerca de su posición había aparecido un chico que destacaba por sus cabellos, de un color extravagantemente verdes. En su brazo derecho lucía una bandana que le identificaba como shinobi de Kusagakure.
«Al menos no es de Uzushiogakure.» Suspiró Ayame, en orden de poner calma a su alocado corazón.
Sin embargo, se limitó a responder a su saludo con una silenciosa inclinación de cabeza. No sabía quién era, ni sabía si había estado en el examen de chuunin como espectador, pero no quería arriesgarse a ser reconocida. Por eso, simplemente, caminó para quedar lo más lejos posible de ambos y se agachó para inspeccionar la roca más de cerca.
Sin embargo, lo que menos se esperaba era lo que encontró una vez dio el último salto y aterrizó sobre la parte llana.
No estaba sola. Al parecer, otra persona había tenido la misma idea que ella, y ahora se paseaba de aquí para allá observando las rocas. Vestía una larga túnica blanca y ocultaba su rostro bajo una capucha similar a la que utilizaba Ayame, pero la muchacha llegó a atisbar unos labios pintados de negro. No llegó a atisbar ninguna bandana representativa de ninguna aldea, pero Ayame supuso que si había conseguido llegar hasta allí arriba, o bien era una experta escaladora (cosa que no parecía) o bien era una kunoichi como ella.
A Ayame le habría gustado disfrutar de un estudio de aquella zona en soledad, pero la suerte no parecía sonreírle en aquel instante. Fuera como fuera, y pretendiendo pasar lo más desapercibida posible, Ayame ajustó la capucha sobre su cabeza e intentó alejarse de su rango de visión en completo silencio.
Intención que se vio truncada enseguida.
—Esto... ¿hola?
Aquella voz masculina logró sobresaltarla. Cerca de su posición había aparecido un chico que destacaba por sus cabellos, de un color extravagantemente verdes. En su brazo derecho lucía una bandana que le identificaba como shinobi de Kusagakure.
«Al menos no es de Uzushiogakure.» Suspiró Ayame, en orden de poner calma a su alocado corazón.
Sin embargo, se limitó a responder a su saludo con una silenciosa inclinación de cabeza. No sabía quién era, ni sabía si había estado en el examen de chuunin como espectador, pero no quería arriesgarse a ser reconocida. Por eso, simplemente, caminó para quedar lo más lejos posible de ambos y se agachó para inspeccionar la roca más de cerca.